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Ya comprenderán qué humillación para la mula de un Papa eso de ser suspendida de aquella altura, moviendo las patas en el aire, como un abejorro al cabo de un hilo. ¡Y todo Aviñón que la miraba! A la infeliz bestia no le fue posible dormir en toda la noche.

Un verdadero «Papa de Ivetot», pero de un Ivetot de Provenza, con algo de picaresco en la risa, un tallo de mejorana en la birreta, y sin el más insignificante trapicheo... La única Juanota que siempre se le conoció a este santo padre era su viña, una viñita plantada por él mismo a tres leguas de Aviñón, entre los mirtos de Château-Neuf.

Nadie ha podido informarme aquí acerca del particular, ni siquiera Francet Mamaï, mi tañedor de pífano, quien conoce de pe a pa las leyendas provenzales. Francet piensa, lo mismo que yo, que debe de ser reminiscencia de alguna antigua crónica del país de Aviñón, pero no he oído hablar jamás de ella, sino tan sólo por el proverbio.

Llegaron de nuevo los felices días del vino a la francesa, y con ellos el buen humor, las largas siestas, y el pasito de gavota al cruzar el puente de Aviñón. Sin embargo, desde su aventura dábanle muestras constantes de frialdad en la ciudad; los viejos movían la cabeza, los niños se reían señalando al campanario.

Campanas, petardos, sol, música, y siempre esos sonoros tamboriles que guiaban la danza allá abajo, en el puente de Aviñón... Al presentarse Védène en medio de la asamblea, su empaque y su buen talante produjeron un murmullo de admiración.

Luego, caminando con paso lento por las alturas del Ródano en el Delfinado, afrontaba con menos trabajo la región de los fuertes vientos, Valence y Aviñon. Francia tiene la admirable ventaja de verse bañada por los dos mares. En cada uno de estos dos mares hay una escala graduada de estaciones, más ó menos blandas, más ó menos fortificantes.

Consumido el frasco, al caer de la tarde volvíase alegremente a la ciudad, seguido de toda su corte, y al atravesar el puente de Aviñón, en medio de los tamboriles y de las farándulas, su mula, espoleada por la música, emprendía un trotecillo saltarín mientras que él mismo marcaba el paso de la danza con la birreta, lo cual era motivo de escándalo para los cardenales, pero hacía exclamar a todo el pueblo: «¡Ah, qué gran príncipe! ¡Ah, valiente PapaDespués de su viña de Château-Neuf, lo que más estimaba en el mundo el Papa era su mula.

No habiendo visto Aviñón en tiempo de los Papas, no se ha visto nada. Jamás existió ciudad alguna tan alegre, viva y animada como ella, en el ardor por los festejos.