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Actualizado: 21 de julio de 2025


¡Dios no lo permita! Antes que encontrarme en el estrecho de Torres con este tiempo, preferiría verme delante de una escollera. Pues delante de una escollera creo que nos encontramos, señor Stael dijo Van-Horn, que se había levantado de pronto. ¿No es la costa australiana la que estamos viendo? No; es una larga línea de escollos. ¿No te equivocas, Horn? preguntó el Capitán con ansiedad.

Van-Horn se había sentado en el puesto del timonel y Cornelio y Hans, ayudados por el muchacho pescador, habían izado el palo y desplegado la vela. ¿Adónde nos dirigimos, señor? preguntó el piloto al Capitán. Tratemos de llegar a la costa australiana, que es la más próxima.

Y con esta tempestad resulta doblemente soberbia dijo el Capitán . Demos gracias a este fenómeno, que nos ha hecho descubrir a tiempo la costa australiana. Lu-Hang, disponte a arriar la vela. ¿Esperáis encontrar un refugio en la costa, señor Van-Stael? le preguntó el piloto. Lo espero; pero no estoy seguro. No adónde nos ha traído el temporal. Fuera del golfo, de seguro que no.

De pie en el castillo de proa un hombre de alta estatura, facciones enérgicas, piel bronceada y vestido a la europea, examinaba atentamente la costa australiana con un poderoso anteojo. Podría tener unos cuarenta años, y parecía ser el comandante de aquella tripulación de chinos.

Después de haber perdido la tripulación, asesinada por los antropófagos de la costa australiana; después de haber visto destruír los depósitos de olutarias, que representaban para ellos y para el armador de Timor una verdadera fortuna, y de escapar milagrosamente de las manos de aquellos feroces salvajes, se encontraban en inminente peligro de hundirse para siempre en el mar.

No respondían invariablemente Hans y Cornelio; pero su voz era poco segura. La chalupa, entre tanto, avanzaba con extraordinaria rapidez. Llevada por el viento y las olas, iba acercándose a la costa australiana, que ya no debía de estar muy lejos.

Son buenos y audaces marinos, como los papúes de la costa y los polinesios, y usan piraguas de veinte pies de largo con velas de hojas entretejidas, con las cuales piratean por el Estrecho, asaltando a las tribus ribereñas de la costa australiana y de Nueva Guinea. Al oir gritar al Capitán ¡el estrecho de Torres!, Cornelio y Hans se pusieron en pie.

Fué descubierto en Agosto de 1606 por Luis de Torres, segundo comandante de la expedición de Pedro Fernández de Quirós; pero quedó casi olvidado muchos años por los graves obstáculos que presentaba y aún hoy mismo es muy poco frecuentado, a pesar de las magníficas cartas topográficas debidas a los cuidados del Gobierno inglés y de la colonia australiana.

¿Qué quiere este animal de antropófago? dijeron Hans y Cornelio, mientras los chinos se iban retirando prudentemente hacia las chalupas. Querrá ordenarnos que nos vayamos dijo el Capitán . Estos salvajes tienen la pretensión de que ningún extranjero venga a pescar a sus costas; pero este horrible y ridículo ejemplar de la raza australiana se engaña si cree que vamos a obedecerle.

No; los he visto al resplandor de un relámpago, mientras hablabais con el señor Cornelio. ¿Tendremos que virar en redondo y emprender otra vez la lucha con la tempestad? No, Capitán. Aquí encontraremos un refugio mejor que el que pudiera ofrecernos una bahía en la costa australiana. Si no me equivoco, he visto un atol, y hasta árboles. ¿Está abierto el atol?

Palabra del Dia

godella

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