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Actualizado: 6 de junio de 2025
A fin de cumplir tan devota determinación, de que sólo dio noticia entonces al P. Atanasio, se despidió de la hueste como si tratase de hacer una breve ausencia, y acompañada solamente del mencionado Padre, de Nuño y del futuro yerno de éste, salió para Córdoba aquel mismo día.
El escrito que pongo aquí, ya copiando y ya extractando o saltando no pocos párrafos, es como sigue: La admirable escultura de D. Manuel Alvarez, que representa a San Vicente Ferrer, vino a poder de mi madre en el año de 1801. Se la legó al morir el reverendo padre capuchino fray Atanasio, que la custodiaba en su celda desde el año de 1785.
Seis días pasaron después del suceso que acabamos de referir, durante los cuales vivió doña Mencía en el más completo retraimiento. No salía de sus apartadas estancias, y sólo la veían y hablaban con ella el P. Atanasio, Leonor y Nuño. Un domingo por la mañana ocurrió algo que allí podría pasar por novedad, ya que sólo de tarde en tarde recibía la alcaidesa visitas de sus parientes.
En varias conversaciones que tuve con el Padre Atanasio, ya muy viejo y que me estimaba y quería mucho, logré entender y rehacer en mi mente la historia toda de la imagen y de cuanto a ella se refiere. Y como es curioso y no redunda en perjuicio, sino más bien en honra de mi padre, voy a dejarlo consignado por escrito en el archivo de nuestra casa.
Tales observaciones daban vigor a sus sospechas; pero no tardaba en disiparlas la consideración de que el P. Atanasio, grave y reverendo siervo de Dios, comía siempre en la misma mesa con doña Mencía y el mancebo, y terciaba al parecer en todos sus coloquios.
Acusados por unos voluntarios, Eusebio Valdés Domínguez, hermano de Fermín, Manuel Sellén y Atanasio Fortier, del enorme delito de haberse burlado de ellos al pasar de regreso de una gran parada, por la casa de la familia de Valdés Domínguez, vinieron, ya entrada la noche, a prenderlos.
En cambio el hermano lego Atanasio, que durante un cuarto de siglo había limpiado y bruñido el pesado aldabón de bronce de la abadía, declaraba con asombro que jamás había presenciado convocación tan extemporánea y urgente de todos los miembros de la comunidad.
Una de ellas fue asegurar que en el año 33 enviaron los judíos á Jerusalen dos mensajeros a quienes llamaban Atanasio i José para que hiciesen una protestacion de palabra, no solo en nombre de los de Toledo, sino en nombre de los de toda España, para embarazar los intentos de los escribas i fariseos.
El Símbolo ó fórmula de fé que aprobó el Concilio de Nicea fué la que concibió Osio, como dice S. Atanasio, que se halló presente; y la hizo saber ó publicó en el mismo Concilio Hermógenes, segun refiere S. Basilio, para que oida y considerada la aprobasen y confirmasen los Padres.
Don Jacinto se alucinó de tal suerte, que ni por un instante pensó que en esto pecaba; pero un día habló de ello al padre Atanasio, su confesor, y habló, no como revelándole una culpa suya, sino para ponderar la virtud penitente de la Caramba y para tratar de que el padre Atanasio la conociese y admirase.
Palabra del Dia
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