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Te dejo, si no quieres acompañarme. Me espera mi nieto; ya sabes que trabaja en el cinema. ¡Pero si á tu nieto lo mataron!... Es verdad que lo mataron; pero trabaja en el cinema. El filósofo se limitó á encogerse de hombros. Sabía por su maestro y protector que no hay que asombrarse de nada en este mundo.

Luego pensó que un hombre de negocios no debe asombrarse nunca, y acabó por reír, con una carcajada ruidosa que dejó visible otra vez toda la riqueza de su dentadura. ¡Original!... ¡Verdaderamente original! Mina se consideró la mujer más feliz de la tierra. El escándalo de unas amigas y los comentarios burlones de las otras fueron para ella un motivo de orgullo.

La doncella, en verdad, tenía sus motivos para no asombrarse tanto como los otros; primero, porque las locuras de la señorita eran para ella el pan nuestro de cada día, y locuras algunas de un género íntimo, secreto, que los demás no conocían; y además, se asombraba menos, porque conocía ciertos antecedentes. Juntas habían ido al teatro noches atrás, a la cazuela, vestidas las dos de artesanas.

Aún no habíamos hablado entre las dos, sosegadamente, del suceso que a aquella situación nos había traído; todavía estaba por aclarar qué había de falso y qué de cierto en el contenido del infame papel, y cuál fuera la verdadera importancia de lo último a los ojos de un público avezado a no asombrarse de faltas mucho mayores...

Ya le dije que los Hombres-Montañas deben asombrarse cuando nos visitan, así como nosotros nos asombrábamos al verles en otros tiempos. Hay cosas que no comprenderá usted nunca si no le damos una explicación preliminar. Y esta explicación sólo la recibirá usted si los altos señores del Consejo Ejecutivo quieren que viva.

Cuando él se casase y la fortuna del viejo Valls pasara a sus manos, iban todos a asombrarse de la magnífica resurrección de los Febrer. ¿Y aún se escandalizaban algunos de su resolución y sentía él ciertos escrúpulos?... ¡Adelante!

Particularmente las damas, no acababan de asombrarse de que se gastasen tales tocados y vestidos, como si no pudiera ponerse un pero a los que ellas llevaban. Había, además, un comedor espacioso, con grandes armarios de caoba, bien provistos de vajilla. En el piso alto nos llamó la atención un gabinete muy lindo, en cuyos balcones habían puesto por capricho cristales de todos colores.

Papitos, después de asombrarse mucho de la solemnidad con que el señorito hablaba y de las cosas incomprensibles que le decía, empezó a aburrirse.

Algunos profesores acostumbrados á no asombrarse de nada y á buscar la razón científica de todos los hechos se dieron cuenta, pasados unos instantes, de que esta obscuridad era debida á un desprendimiento exterior, á dos telones macizos que habían caído sobre ambas ventanas, interponiéndose entre sus ojos y la luz.

Calló un momento para reflexionar, y luego dijo con orgullo: Antes éramos nosotros los que nos asombrábamos al recibir la visita de un Hombre-Montaña. Ahora son los Hombres-Montañas los que deben asombrarse al visitar nuestro país. Hemos hecho triunfar revoluciones que ellos seguramente no han intentado aún en su tierra. Gillespie sintió desviada su curiosidad por estas palabras del profesor.