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Apenas subido al trono el rey nuestro señor, me había nombrado su confesor; el papel que traía el superior en la mano, era una carta en que el mismo duque de Lerma me daba la noticia. Yo resistí... ¡Que resistísteis! ¡bah! de un confesor del rey sale un obispo, y de un obispo un arzobispo, y de un arzobispo un papa.

De la misma manera se opusieron al glorioso San Cárlos, arzobispo de Milan, que como legado ad látere de su Santidad deseó reducirlos á una disciplina religiosa.

»Enojóse grandemente D. Fernando, y maravillado de aquella tenaz rebeldía, al par que decidido á vencerla, entregó á los monjes una carta para D. Lope de Mendoza, Arzobispo de Compostela, de quien era sufragáneo el obispo Arias, encargándoles volviesen á darle cuenta de cómo los había recibido y de las disposiciones que había tomado.

Esta comedia era probablemente La conquista de Orán por el cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo.

Pero usted que es el gobernador eclesiástico, el que está en lugar de nuestro arzobispo, ¿qué haría usted si tal caso le aconteciese?

Recordaba haber leído en las crónicas que el Emperador Alfonso había estado a punto de hacer descabezar a su esposa y al Arzobispo don Rodrigo por haber violado su regia palabra, empeñada a los alfaquíes toledanos. El Canónigo llegó al amanecer y pidió que le dejasen a solas con el mancebo.

El arzobispo don Bartolomé María de las Heras no había gozado de esas mojigangas; y el primer año, que fué el de 1807, en que asistió a la procesión hizo, a media calle, detener las andas, ordenando que se retirase aquella mujer escandalosa que, sin respeto a la santidad del día, osaba pronunciar palabrotas inmundas. ¿Creerán ustedes que el pueblo se arremolinó para impedirlo?

Ella tenía grandes amistades con el arzobispo, era de una voluntad de hierro, é inexorable como toda mujer devota que cree interpretar la voluntad de Dios.

Todo lo escuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeció mucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese emperador y no arzobispo, porque él tenía para que, para hacer mercedes a sus escuderos, más podían los emperadores que los arzobispos andantes.

Retiróse mohino el padre, fuése donde Ribera, ajustó con él cuentas, y halló que el chamalote y el paño importaban un dineral, pues el mayordomo había pagado sin regatear. Al otro día, y después de echar cuentas y cuentas para convencerse de que en el traje habrían podido economizarse dos o tres duros, volvió Godoy donde el arzobispo y le dijo: Vengo a pedir a su ilustrísima una gracia.