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Actualizado: 16 de junio de 2025
Comprendo el amor y el respeto que mi querido tío D. Félix y el señor de las Matas de Arbín sienten por el pasado; pero no quisiera que ese amor les arrastrase á privar á este valle de lo que tiene derecho á alcanzar, mayor bienestar para sus hijos y un puesto en la civilización.
Su hacienda era corta; la posesión de Arbín y pocas más fincas en Villoria que le rentaban algunas fanegas de trigo. Por eso se aplicó con ahinco al cultivo de sus tierras, alcanzando pericia envidiable. Su pomarada, con ser más pequeña que la del capitán, producía doble cantidad de sidra: su huerta era rica como ninguna en frutas sazonadas, en legumbres y hortalizas.
Debajo de los manzanos frondosos de la pomarada se colocaron varias mesas. El número de convidados, entre indígenas y forasteros, pasaba de ciento. Para proveer al banquete se mataron algunos corderos y muchos pollos y gallinas, se cazaron algunas docenas de perdices y se pescaron salmones y truchas en abundancia. D. César de las Matas de Arbín encontraba poco todo aquello.
Y los conspicuos, al ver la general desbandada, reían llenos de lástima y excitaban al maquinista para que hiciese más ruido, gozándose como los antiguos conquistadores con el espanto que su paso producía. Sentado allá en el templete griego de su fundo de Arbín, entre Pan y las Ninfas, D. César de las Matas también oyó el ronquido estridente de la máquina.
Estas palabras profirió el Sr. de las Matas de Arbín, dejando, como siempre, asombrados y confusos á sus oyentes, que casi nunca medían el alcance de su discurso, concertado y elegante. «Mi primo César es un pozo de ciencia», solía decir el capitán. Y en efecto, lo era; no hay que dudarlo.
Un poco más allá de Villoria dejó la orilla del río y tomando un caminito de montaña, capaz sólo para las carretas del país, comenzó á subir la colina en dirección á Arbín. La cuesta era agria, pero no muy larga. Antes de un cuarto de hora tropezó con las tapias de la pomarada de su primo. Siguió pegado á ella algún tiempo y dió pronto con la casa que estaba en lo más alto.
Hubo brindis en prosa y en verso, discursos y epitalamios; se rió, se cantó y se disparató. Un soplo de alegría desenfrenada corría por la pomarada levantando todas las cabezas, enronqueciendo todas las gargantas. Tan sólo el señor de las Matas de Arbín se mostraba taciturno y reservado.
Palabra del Dia
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