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Actualizado: 8 de junio de 2025
El tío Ventolera tiró de su aparejo de pesca con un ronquido de satisfacción. ¡Y van ocho!... Pendiente de un anzuelo, coleaba y movía sus patas una especie de langosta de obscuro gris. Otras semejantes descansaban inertes en una espuerta al lado del viejo. Tío Ventolera, ¿no canta usted la misa? Si usted lo permite...
Y ustedes le echan el anzuelo y lo pescan a él. ¡Tantos a tantos de triunfos! Apelo a su sano criterio y a la recta conciencia de este alto tribunal, para que diga si es esto así o no... Preso dijo el juez, interrumpiéndo de nuevo, ¿tiene usted alguna pregunta que hacer a ese sujeto? ¡No, no! continuó rápidamente el socio de Tennessee. Esta partida me la juego yo solo.
Cuando ya no me veía más que como una línea del paisaje igual que una piedra ó un tronco de árbol, yo, satisfecho de verlo á él tranquilo, le miraba tranquilamente. En él no hay fraude alguno. Con fe sincera pone su cebo, lanza su caña y durante minutos y horas espera que el pez indiscreto tenga la desgracia de morder el anzuelo.
A Dios gracias tengo buenas relaciones en la prensa y ya verá usted la mosquita que le haré poner al señor contador... ¡Ya verá usted y se reirá!... ¿Y no sabe cuándo vendrá el tan célebre expediente? No, señora..., ¡no puedo decirle nada al respecto! La señora se sonríe y exclama, por si acaso, como quien tira un anzuelo por si pica.
La reina, pues, procuró neutralizar el poder de Lerma respecto al insuficiente espía que la había puesto al lado, colmando de favores y distinciones á la duquesa y demostrándola un cariño de amiga, más que de soberana. La duquesa tragó el anzuelo, y no vió de la reina más que lo que la reina quiso que viese.
Y cada día más tonto, Butrón; crea usted que no exagero... Yo creí que sería imposible serlo más; pues nada, todos los días progresa... El respetable Butrón dio un suspiro, y poniendo en el anzuelo el cebo de un consuelito, tendió delicadamente la caña. Siempre te quedará Jacobo, excelente amigo, que sabrá aconsejarte... ¿No te ha escrito?...
905 Quedó allí aliviao del peso sollozando sin consuelo; había caido en el anzuelo, tal vez porque era domingo, y esa calidá de gringo no tiene Santo en el cielo. 906 Pero poco aproveché de fatura tan lucida; el diablo no se descuida, y a mí me seguía la pista un ñato muy enredista que era Oficial de partida.
Palabra del Dia
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