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Actualizado: 17 de julio de 2025
Nazaria tenía la hermosura que por extraña amalgama de los tipos humanos, hace simpático al descaro. Lucía enormes amatistas montadas en pendientes de filigrana como relicarios, de modo que parecía llevar en cada oreja el pectoral de un obispo. Sus manos eran bonitas y gordezuelas, y los anillos que de antiguo llevaba no se le podían sacar, porque su carne había crecido y el oro no.
Era alto, seco, nervioso, de mirada inteligente y dura, y de tez morena oscurecida por el paño de la mal rapada barba. Vestía una sotana morada, ya deslucida por el uso. Llevaba en el pecho una cruz y en el dedo un anillo de gruesas amatistas. Le seguían, como doble sombra negra, otros dos eclesiásticos, y era al mismo tiempo, sin que una cualidad dominara a la otra, antipático y respetable.
Algunas de estas piedras son moradas, tan diáfanas y duras que no me queda duda son amatistas finas; y es de creer que, si en los parajes donde se hallan en la superficie de la tierra se buscasen en su interior, tal vez se encontrarían algunas de valor. En toda la provincia hay canteras de piedra para edificios, muy dóciles de labrar y de mucha consistencia para permanecer.
Mira en prueba, me dijo, a qué se redujo cuanto estos vasos contenían; y destapándolos sucesivamente no me mostró sino ceniza; y estas urnas, prosiguió, llenas de piedras preciosas, que por fineza mía y adehala debida a tu buena voluntad te destinaba, todas se han vuelto de carbón; y era así como él decía, siendo las urnas como aquellos jarrones de porcelana que se conservan en los Adarves, y fueron hallados en el aposento de las ninfas llenos de amatistas, topacios y esmeraldas.
Enorme mitra ilusoria, resplandeciente de amatistas y topacios, se encendía y apagaba, y volvía a encenderse a sus pies, sobre las losas obscuras. Probando apenas algunos bocados, Ramiro dejó secretamente su casa, ya entrada la noche. Había escogido su daga más fuerte y la espada que le diera don Rodrigo del Aguila, el mayordomo de la Emperatriz.
Eran diamantes tan enormes que hacían dudar de su autenticidad, esmeraldas del tamaño de guijarros, amatistas, topacios y perlas, muchas perlas, a centenares, a miles, caídas como granizo sobre las vestiduras de la Virgen, Los forasteros admirábanse ante esta opulencia, deslumbrados por su enormidad, mientras Gabriel, habituado a la visita diaria, lo miraba todo fríamente.
Palabra del Dia
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