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De vuelta á su lugar cierto joven estudiante, muy atiborrado de doctrina y con el entendimiento más aguzado que punta de lezna, quiso lucirse mientras almorzaba con su padre y su madre. De un par de huevos pasados por agua, que había en un plato, escondió uno con ligereza. Luego preguntó á su padre. ¿Cuántos huevos hay en el plato? El padre contestó: Uno.

El cocinero mayor le miró de una manera que quería decir: Yo no he tenido parte en ese crimen. ¿Y decís... que su majestad está buena? preguntó al cocinero mayor. ; , señor contestó Montiño ; y el padre Aliaga también... acabo de hablar con él... y está bueno, y tiene buen color... y eso que el padre Aliaga almorzaba con su majestad la reina. ¿Es decir, que no han comido de la perdiz?...

Entónces respiré como un hombre que despierta y se libra de una pesadilla. «Heme aquí emancipadome dije, y tomé el camino de Valencia. Poco despues almorzaba yo en un vasto salon del hotel ó fonda del Cid, uno de los muchos que hay en Valencia.

Sólo más tarde me di cuenta de este proyecto, al mismo tiempo que de otras cosas, que me hubiera sido fácil comprender antes si hubiese tenido más experiencia. Generalmente llegaban a la hora de almorzar. Pablo, dotado del apetito que sabemos, almorzaba copiosamente y merendaba sólidamente a las tres.

Al día siguiente comenzaron los ensayos: los actores, entusiasmados con la nueva obra, trabajaban febrilmente; las actrices, ¡caso extraordinario! no opusieron el menor reparo al reparto de papeles; Mr. Bissón se multiplicaba, almorzaba y comía en el teatro, y con lo poco que producía la taquilla pagaba á los más necesitados y exigentes.

Yo, que almorzaba durante este gracioso diálogo, no pude menos de manifestarme conforme en todo y por todo con las indicaciones de Amaranta; y doña Flora sirviéndome con singular finura y amabilidad, habló así: Jesús, amiga, qué malas cosas enseña usted a este pobrecito niño, que tiene la suerte de no saber todavía más que la táctica de cuatro en fondo. ¿A qué viene el levantarle los cascos con...? Gabriel, no hagas caso.

Nunca pudo cumplir con este precepto del reglamento interior de la casa. Almorzaba a la una, a las dos y algunas veces hasta las tres de la tarde. El sueño le embargaba por la mañana, el letargo más bien, porque era un verdadero letargo el que sentía, un cansancio incomprensible que le privaba de todas las fuerzas.

En todo esto, siempre me visitaba el hijo de don Alonso de Zúñiga, que se llamaba don Diego, porque me quería bien naturalmente; que yo trocaba con él los peones, si eran mejores los míos; dábale de lo que almorzaba, y no le pedía de lo que él comía; comprábale estampas, enseñábale a luchar, jugaba con él al toro y entreteníale siempre.