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Si creyésemos esto estaría perdido todo; pero si creemos, como yo creo y quiero creer, que los españoles de ahora están forjados del mismo metal y tienen el mismo temple de que fueron forjados y que tuvieron el Cid, el Gran Capitán, el duque de Alba, Cortés y Pizarro, no hay nada perdido.

¿Aún no ha vuelto el señor de Maltrana? Y al saber que Feli estaba sola, negábase a pasar adelante. Era tarde y debía levantarse con el alba. Que trabaje usted mucho, señora, y duerma bien. ¡Ah! Y si tiene usted un rato libre y quiere distraerse, lea aquella oración tan bonita que le entregué. Se ganan ochenta días de indulgencia.

Vinieron á tiempo que no fueron menester. Primero de marzo, al hacer del alba, hicimos vela para los Gelves con muy buen tiempo, donde llegamos aquella misma noche, y reforzó tanto el viento, que fué muy gran ventura no perderse muchas naves al tornar de los Secos.

Después de unas horas de descanso, acababa de levantarse con el alba para terminar la tarea mientras su madre dormía todavía.

Mi peregrinación áspera y dura, Apolo vió pasando siete veces Del Aries á los Peces, Hasta que en Alba fué mi noche obscura: Quien presumiera que mi luz podía Hallar su fin donde comienza el día.» Y que alude á su primera esposa, consta claramente del verso que sigue, que será en breve explicado.

Esa trapacería se la debemos al Duque de Alba replicó el señor de Navamorcuende.

La influencia de la poesía no fué menos decisiva en la revolucion de los Paises Bajos. Es sabido que el alma de esa revolucion fué el famoso Marnix de Saint-Aldegonde, político, escritor, orador, teólogo, renombrado diplomático y uno de los célebres hombres de guerra de sus dias. Pues bien; cuando el duque de Alba ocupó los Paises Bajos en 1569, degolló 18,000 hombres y proscribió 100,000.

Dirigíase apresuradamente al sepulcro con el vivo afán de confundir en un solo pensamiento las imágenes tutelares de la muerta y de la ausente, cuando sus ojos sintieron un deslumbramiento: en el muro funerario, junto a los esqueletos de las guirnaldas votivas que habían ido reuniéndose allí una tras otra, una gran corona alba lucía como una aureola.

Adivinaba, al otro lado del tabique, el insomnio de Mariquita; oía el continuo revólver de su cuerpo en la cama, prorrumpiendo en suspiros dolorosos. Poco después del alba, Fermín salió de Marchamalo, dirigiéndose a Jerez sin despedirse de su familia. Al bajar a la carretera, lo primero que vio junto al ventorro fue a Rafael, sobre su jaca, plantado en medio del camino, como un centauro.

Otras veces era una iglesia la que aparecía igualmente blanca, de una alba intensidad, sólo comparable a la de la espuma, con caperuza de tejas verdes y azules, y en torno de ella gráciles palmeras y rosales gigantescos.