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Actualizado: 28 de septiembre de 2025


Por fin, en no cuál apareció una mujer, que tenía delante una mesilla con licores, rosquillas, pasteles adornados con hormigas y unos... ¿qué era aquello? «¡Pájaros fritos! gritó Jacinta a punto que Juan bajaba del vagón . Tráete una docena... No... oye, dos docenas». Y otra vez el tren en marcha.

Eran sus ojos grandes y muy negros, adornados con pobladísima ceja que los sombreaba, dándoles una apariencia por demás siniestra y hosca. Respecto á su carácter, ¿qué diremos? Este hombre nos hirió demasiado, nos abofeteó demasiado para que podamos olvidarle. Fernando VII fué el monstruo más execrable que ha abortado el derecho divino.

Los ojillos verdosos y profundos estaban rodeados de arrugas, que parecían rayas de carbón por la suciedad de sus surcos. El traje era tan bizarro como su ancianidad. Cubríase con una especie de casulla de pieles de conejo, sujeta a la cintura por una cuerda. Su pantalón estaba resguardado en los muslos por zajones cortados de una alfombra vieja y adornados con cintajos iguales a los de la mula.

Los nombres que brillaban en letras de oro sobre la blancura láctea del mármol hacían soñar en fiestas elegantes, amorosas entrevistas, tocadores lujosos impregnados de suaves esencias, adornados con flores costosas.

Y la casa de los hindús de antes era como las pagodas de Lahore o las de Cachemira, con los techos y balcones muy adornados y con muchas vueltas, y a la entrada la escalinata sin baranda. Otras casas tenían torreones en la esquina, y el terrado como los egipcios, corrido y sin las torres.

Vienen a lo lejos las olas como manadas de caballos salvajes, adornados con crines de plata, empujándose, atropellándose; asaltan las rocas, se apoderan de ellas; pero como si les faltara la confianza en su dominación, la confianza en su justicia, vuelven atrás con el clamor de un ejército derrotado, en láminas brillantes, en hilos de agua, en blancos espumarajos.

Fuimos hasta los caminos de los puentes sobre los canales, donde saltimbanquis semi-desnudos, con máscaras simulando demonios pavorosos, hacen destrezas con una picardía bárbara y sutil; y mucho tiempo estuve admirando los astrólogos que, vestidos con largas túnicas, adornados con dragones de papel, venden ruidosamente horóscopos y consultas de astros. ¡Oh, ciudad, fabulosa y singular!

Palabra del Dia

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