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Actualizado: 1 de mayo de 2025


A los dominios de D. Alfonso III, el Magno, acudieron un abad y varios monges, y dióles el rey una iglesia de S. Miguel, donde fundaron el monasterio de S. Miguel de Escalada, despues tan famoso.

Las dos amigas acudieron á la alcoba á dar agua á la enferma. Entonces notaron con pena y sobresalto que la fiebre había crecido. Las palpitaciones del corazón de Doña Blanca eran tan violentas, que se hacían perceptibles al oído. ¿Qué siente V., señora? preguntó Lucía... Una ansiedad... una fatiga... respondió Doña Blanca, el corazón me late con tanta fuerza.

Todos acudieron a la señora de Santa Cruz que había perdido el conocimiento, y Moreno, poniendo una cara entre burlesca y consternada, se dejó decir: «Estas cosas le pasan a mi querida tía por meterse a redentora». iv

Sitiadores y sitiados luchaban confundidos en el único punto del camino por donde podía escalarse la altura y allí acudieron, dando el ejemplo á sus soldados, los pocos nobles ingleses que rodeaban al barón.

Y sucedió luego que, cuando Sánchez de Orihuela y su esposa acudieron al Alcázar á pedir justicia al rey, éste los recibió con enojo y tuvo la frescura de decirles que, en vez de venir á quejarse, debieran haber guardado más á la hija: contestación villana que causó la indignación de cuantos la oyeron.

Acudieron en su auxilio, y Gallardo se levantó cubierto de tierra, con un gran rasguño en el dorso del calzón, por el que se escapaba la ropa blanca interior, una zapatilla menos y perdida la moña que adornaba su coleta.

Negábanse éstos á pagar la contribución que se les exigía, fundándose en la escasez de los productos de su huerta y artefactos, y, apremiados por los oficiales, acudieron á D. Vicente Arias, Obispo de Plasencia, para que los eximiese del diezmo. El Prelado denegó la solicitud, y ordenó que pagasen incontinenti todo lo que se les exigía.

Una vez allí, se pasó un recado a don Santos para que se presentase inmediatamente; otro al penitenciario. Cuando ambos acudieron, el padre, la hija y estos dos señores, Manuel Antonio y Jovita Mateo salieron ocultamente de Lancia por la carretera de Castilla. Después de caminar un rato esperaron el coche que don Juan había mandado venir.

Al primer toque de clarín acudieron presurosos los arqueros blancos, cargados de botín, y el barón no ocultó una sonrisa de satisfacción al recorrer con su penetrante mirada las filas de aquellos aguerridos soldados. Pocos jefes podían enorgullecerse de mandar una fuerza tan temible y tan marcial como aquella.

Acudieron de golpe a su imaginación las impresiones de los seis meses de vida campestre; sintió algo parecido a la nostalgia, deseos vehementes de renovar los sencillos placeres que había disfrutado y anhelo de ver a Rosa. ¡Pobre Rosa!

Palabra del Dia

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