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Pero vamos a ver... ¡hable usted! profirió el joven exasperado sacudiéndole por el hombro. ¡Cálmese usted, Tristanito! Le aconsejo a usted que tenga calma en estas circunstancias. No hay consejo menos calmante que el de la calma. Tristán, ya fuera de , comenzó a patear con furor, soltando al mismo tiempo una serie de interjecciones bien enérgicas.

Aconsejo á los lectores muy respetuosamente que eviten en todo caso los amores de fonda, tan peligrosos como las amistades de corrillo,

Milton, que ha escrito panfletos políticos, fué un hábil Ministro de Relaciones Exteriores, antes de ser el autor del Paraiso perdido. El célebre Bolinbroke fué poeta, y de poetas se rodeó y aconsejó en la época en que la Inglaterra pesaba con todo su poder en la balanza de los destinos del mundo.

¿Recuerda el lector que he copiado de un manuscrito que Facundo nunca se confesaba, ni oía misa, ni rezaba, y que él mismo decía que no creía en nada? Pues bien: el espíritu de partido aconsejó a un célebre predicador llamarlo el Enviado de Dios e inducir a la muchedumbre a seguir sus banderas.

Estas confidencias, nada á propósito para tranquilizar el ánimo en quien no le tenía muy grande, templaron el deseo de encaminarse á París, mientras no lo hiciera un cuerpo de tropa mandado por M. D'Incarville. El mismo Duque de Montpensier le aconsejó esperar esta ocasión, y aun agregó á la tropa varios oficiales del Rey que le dieran particular escolta.

El instinto que impele a los amotinados a ponerse a las órdenes de alguien, aconsejó a las operarias del taller de cigarrillos arrimarse a Amparo buscando el calor de su tribunicia frase. Halláronse chasqueadas: Amparo no dio fuego.

Rosalindo se vió con su amigo en las afueras de la ciudad, al perder la excitación en que le habían puesto su cólera y la bebida. Creo que lo has matado, hermano dijo el compañero. Y como era hombre de experiencia en estos asuntos, le aconsejó que se marchase á Chile si no quería pasar varios años alojado gratuitamente en la penitenciaría de Salta.

D. Salustiano tenía una convicción en la vida: la de que nunca se gana a la ruleta, y he aquí que una bola ciega, un azar incomprensible, acaba de destruir esta convicción. ¿Qué le queda ahora a D. Salustiano? Nada más que las 500 pesetas. En lo futuro, su existencia carecerá de todo sostén ideal, y será una cosa baldía... Juéguese usted las 500 pesetas a una docena le aconsejo.

Al cabo de quince días volvió a presentarse a Pepe; pero éste halló entonces el acto primero un poco lánguido y le aconsejó que a todo trance le diera más movimiento y lo acortase un poquito.

De todos modos, yo aconsejo a los jóvenes líricos que no se aventuren por ninguna consideración a cambiarlo, pues al romper con los usos establecidos se corre grave peligro, y no en vano está sancionado desde tiempo inmemorial por cien generaciones de mosquitos. Por último, hablaré del mosquito clásico.