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Actualizado: 22 de junio de 2025


SALMÓN CON ALCAPARRAS. Se parte en rajas un trozo de salmón; luego se marinan con aceite, perejil, cebolletas bien picadas, sal y pimienta; cada raja se envuelve después en papel y se tuesta a la parrilla. Luego se le quita el papel y se pone en la fuente, en la que debe echarse una salsa blanca de alcaparras.

ALUBIAS ENCARNADAS. Se ponen a cocer con agua fría, sal, pimienta, cebolla y un trozo de longaniza; cuando están cocidas se componen con un poco de aceite frito con cebolla. De esta misma manera se cuecen los arbejones y las muelas.

Con las dos pesetas que saqué, y otras dos que me dio D. Romualdo por ser su santo, he podido atender a todo. ¿Pagaste el aceite de ayer? ¡Pues no! ¿Y la tila y la sanguinaria? Todo, todo... Y aún me ha sobrado, después de la compra, para mañana.

¿Y te parece poco? Pues ven acá, mal pecao, y dime: sin ese cuarterón de aceite, y esos dos cuartos de hilo, y ese grano comprado a lance, y el empeño de la manta, y el servir a todo el que se presenta, si se puede y vale la pena, ¿qué sería de nuestros intereses? Acuérdate que cuando nos establecimos, apenas había en casa cuatro mil reales mal contados. ¿Te dejarías hoy ahorcar por treinta mil?

Se pone en una cacerola, mitad manteca y mitad aceite, hasta cubrir el fondo de la misma; cuando está caliente se coloca una jícara boca abajo y la pasta va echándose alrededor de la jícara, y se tiene con fuego lento arriba y abajo una media hora, hasta que está rojo.

BESUGO EN SALSA. En una besuguera se pone aceite, vino blanco, un poco de manteca, ajo, perejil, cebolla, pimentón y agua o caldo; encima se coloca el besugo sazonado de sal, y se pone también el hígado del mismo; cuando está hecho a fuego lento, se machaca en el mortero el hígado y una rebanada de pan frito, se pasa la salsa y se pone un rato al horno.

Ya se ha acabado el aceite o el carbón; pero tal priesa se han dado.... Mande vuestra merced comprar más, y a fe que se ha de lucir de otra manera; denle dineros a Pablicos." Dábanmelos, y vendíamosle la mitad sisada, y de lo que comprábamos sisábamos la otra mitad; y esto era en todo. Y si alguna vez compraba yo algo en la plaza, por lo que valía reñíamos adrede el ama y yo.

¡Señor mío! gritaba Ripamilán, mientras disolvía sal en el plato de doña Rufina batiendo el aceite y el vinagre con la punta de un cuchillo ; ¡señor mío! yo creo que el señor de Carraspique está en su perfecto derecho; y no de dónde le vienen a usted esas ideas disolventes, que en cuarenta años que llevamos de trato no le he conocido....

Finalmente, aunque con este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que él las hizo, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad, sin dársele nada por las objeciones que podían ponerle de mentiroso. Y tuvo razón, porque la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.

Reinaba en el barrio cierta confianza, una especie de comadrazgo perpetuo, un comunismo amigable: de casa a casa se pedían prestados, no solamente enseres y utensilios, sino «una sed» de agua, «una nuez» de manteca, «un chisquito» de aceite, «una lágrima» de leche, «un nadita» de petróleo.

Palabra del Dia

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