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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Y disimulando el odio que le había tomado, no quiso dejar de valerse de ella en ocasión de tanto empeño. Ya la había llamado el día del alumbramiento, porque bien sabía por experiencia que no había en el mundo conocido más hábil comadre que Juana.
Hombres hay que aporrean un alma con sólo mirarlos, y otros que se meten en ella, dejándose querer, sin ser en las manos del uno ni en el poder del otro el odio ni el amor; pero éste parecía todo de plomo, mazo sordo.
Todo cuanto sugería a usted su odio hacia mí era demasiado poco: lo que yo le hice es increíble.
Conviene, pues, para esto, que nuestro pesimismo, en vez de ser trágico, sea chistoso y cómico; como el pesimismo de Voltaire, que en el Cándido hace que nos desternillemos de risa, ó, mejor aún, como el de Cervantes, más gracioso todavía en el Quijote, y lleno de dulzura y de cristiana resignación, sin chispa de hiél ni de impiedad ni de odio.
Es implacable el odio que les inspiran los hombres cultos, e invencible su disgusto por sus vestidos, usos y maneras.
Rafael admiraba a su amiga con la misma emoción que si se hallase en presencia de una divinidad y sentía odio y desprecio ante la grosera y áspera virtud de los que hacían el vacío en torno de ella. ¿Por qué había venido allí? ¿qué motivo la había impulsado a abandonar un mundo de triunfos donde todos la admiraban, para meterse en una vida estrecha para un corral?
Pero ¡gran Dios! qué hombre es usted, si no me cree... y si creyéndome persiste en sus designios de odio y de venganza... No, no, no dejará de hacer usted un llamado a su razón, a su justicia y a su lealtad... No quisiera herirle, Dios lo sabe... pero en un interior como el nuestro, en una situación como la mía... ¿qué quiere que una joven haga de su tiempo, de su corazón, de su pensamiento y de su vida?... Usted tiene sus queridas... déjeme siquiera mis amigos... y puede estar seguro de que tendrá que elegir entre los amigos confesados, y los amantes ocultos.
Su odio era una cobardía; pero insistió en él, como si en su interior se hubiese despertado otra alma, una segunda personalidad que le causaba espanto. ¡Cómo recordaba los ojos de Margarita al alejarse del herido por unos instantes!... A él no lo había mirado así nunca.
¿Veis á ese hombre á quién miran con desvío ó indiferencia sus antiguos amigos, á quien profesan odio sus allegados, y que no encuentra en la sociedad quien se interese por él?
Ya ni gloria, ni amor, ni bien espero; y á tanto de mi suerte el odio alcanza, á tanto llega su castigo fiero... ¡que me deja vivir sin esperanza!
Palabra del Dia
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