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Actualizado: 12 de junio de 2025


76. A fines de Octubre, ó por mejor decir á principios de Noviembre, el Gobernador de Buenos Aires, pasando el ancho álveo del rio, llegò á la ciudad de Montevideo, en donde debia juntarse todo el ejército de Españoles. Tambien se decia que caminaban hácia Montevideo 200 soldados que habian sido despachados de la ciudad de las Corrientes, y otros tantos de la de Santa ; pero si esto es cierto ó no, el tiempo lo dirá: que de los 200 Correntinos no habian quedado sino 80, y que los demas se habian desertado. Asimismo, que entre los desertores se habian vuelto

Aunque el rio es angosto, su álveo, que por todas partes se halla bien encajonado, es bastante profundo para prestarse en todo tiempo á la navegacion de las grandes barcas, ó de los buques de vapor.

En tiempo de los Jesuitas se subia por el rio Sara ó rio Grande hasta el lugarejo de Payla, situado al este de Santa-Cruz; pero este camino, que obligaba á los viageros á dar una vuelta considerable, siendo al mismo tiempo no poco peligroso en tiempo de crecientes por causa de las avenidas que ocultan enteramente el álveo del rio, ha sido abandonado, harán como cincuenta años, para dirigirse mas bien por el Piray, el cual, aunque mucho mas angosto que el rio Grande, es ménos propenso á las crecientes devastadoras; razon por la que se le prefiere aun á pesar de los saltos que suele tener en tiempo de seca.

Por el mismo lado desemboca tres ó cuatro leguas mas abajo el rio Yacuma, tambien navegable como los anteriores, y cuyo profundo álveo tiene como de setenta á ochenta varas de ancho; sus márgenes, guarnecidas de matorrales, no contrastan notablemente con las llanuras circunvecinas, que se hallan cuasi desnudas de boscage: tres cuartos de legua mas adelante, se llega á la confluencia del rio Rapulo, el que no por ser mas angosto deja de ofrecer las mismas facilidades para la navegacion, pues en tiempo de los Jesuitas se subia por él hasta la mision de San-Borja.

Para mejor recrearse, no quiso seguir el camino que ceñía la ladera: prefirió caminar por el álveo mismo del arroyo, que en el verano estaba casi enjuto. Formaban sobre él los avellanos que salían de las fincas lindantes una espesísima bóveda, tan baja que a veces no permitía el paso de un hombre sin doblarse: en ocasiones llegaba hasta interponerse como una barrera, como una muralla de verdura: entonces nuestro joven se veía obligado a buscar un agujero por donde colarse, sosteniendo con las manos el ramaje mientras pasaba. A un lado y a otro veía, por entre las hojas, la alfombra verde de las praderas que el sol matizaba de oro. En el cauce del arroyo no penetraban sus rayos. Era un túnel fresco y oscuro; tan fresco que, a pesar de lo elevado de la temperatura, sentía de vez en cuando leves escalofríos. Si las ramas de los avellanos no le permitían caminar derecho, la naturaleza del suelo tampoco le dejaba afirmar el pie con desembarazo. El lecho del arroyo era pedregoso y desigual. Además, aunque no trajese mucha agua, todavía era la bastante para formar menudos charcos, que se veía obligado a salvar saltando de piedra en piedra.

Palabra del Dia

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