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Hay muchas razones que expliquen este hecho; pero la principal es que, para ir a Buenos Aires, un gallego no necesita más que veintitantos días; y ¿qué son veintitantos días comparados con la eternidad? Al gallego, hombre de espíritu aventurero, no le arredra la incertidumbre de su porvenir en tierras de América, ni le atemorizan los peligros del inmenso Tártaro.

Hay que repetirlo: misia Gregoria estaba enamorada de don Bernardino, y esto, a los veintitantos años de casada, en que se ha tenido tiempo suficiente para ver el revés y el derecho del carácter, y conocer la urdimbre de la persona como las propias manos, es muy digno de respeto y alabanza.

El pobre Perícles, que imaginaba tal vez erradamente que las bellas artes servían para deleitar, serenar y levantar el espíritu, sólo consigue con esta flamante arte bella que se le levante y revuelva el estómago, y le fuerce a hacer una libación en honor de Esculapio con el vino de Chipre que bebió en su última cena al lado de su bella Aspasia, que ha conservado en el sepulcro, durante veintitantos siglos, y que le ha hecho soñar allí mil divinos primores.

En estos y parecidos lances, es decir, sin ninguno notable, transcurrieron veintitantos días. Por fin, una tarde, cuando don Juan iba por frente a la Cibeles, dirigiéndose al Retiro, vio a la niñera sola con el chico. Buscó con las miradas a Cristeta; pero en balde, y se dijo: «

En veintitantos años de restauración, más de cincuenta edificios religiosos completamente nuevos, estrechando la capital con una cintura de construcciones flamantes; y en cambio una sola escuela moderna como la de cualquier población pequeña de Inglaterra o Suiza.