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La idolatría es la religión común de los salvajes, simplemente porque es la única que sus condiciones intelectuales pueden admitir, y, en una forma o en otra, continuará hasta que esas condiciones hayan sido cambiadas". Cuando lo sean, la mente del semisalvaje será un almácigo de seres invisibles, que más tarde llegarán a ser incomprensibles, para el ex salvaje; es así como el progreso de las luces ha hecho increíble la brujería, y el testo sagrado, "no permitirás que una bruja viva", ha quedado recitable, pero impracticable.

No podía ocultársele que Melisa era vengativa, irreverente y voluntariosa, que sólo tenía una facultad superior propia de su condición semisalvaje, la facultad del sufrimiento físico y de la abnegación, y otra, aunque no muy constante, atributo de fiera nobleza, la de la verdad. Melisa era a la vez intrépida y sincera; dos cosas que en aquel carácter venían a reducirse a una sola.

Como flotantes en el ancho espacio, se oyen sonidos que la distancia debilita: el campanilleo tembloroso del andar de la recua, el cántico semisalvaje del gañán, o el cansado voltear de alguna esquila de torre perdida en la soledad de la planicie....

Don Fadrique, con grande horror y disgusto, fué testigo ocular de los tremendos castigos que hizo nuestro Gobierno en los rebeldes. Pensaba él que las crueldades é infamias cometidas por los indios no justificaban las de un Gobierno culto y europeo. Era bajar al nivel de aquella gente semisalvaje.

Se le había oído hablar de Sir Kenelm Digby y de otros hombres famosos, cuyos conocimientos en asuntos científicos se consideraban casi sobrenaturales, con quienes se había asociado ó tenido correspondencia. ¿Por qué, ocupando tan alto puesto en el mundo de la ciencia, había venido á la colonia? ¿Qué podría buscar en un país semisalvaje este hombre cuya esfera de acción estaba en las grandes ciudades?

Las yeguadas hacen vida más independiente y libre, y las hallábamos, en estado semisalvaje, donde menos lo pensábamos. Pito era muy bruto, y aconteció más de una vez ir yo muy descuidado y sentir a mi espalda un estampido feroz que me hacía dar dos vueltas en el aire. Era la espingarda del gaznápiro: un escopetón más viejo y remendado que el de Chisto, que había hecho una de las suyas.

Esa lengua tan palpitante y tan densa, que tan diversos matices adquiere, ya el de brusquedad estúpida y semisalvaje en Muergo, ya el de dulcísima elegía amatoria en labios de Cleto, ya el de patriarcal ternura en boca del tío Mechelín y de su mujer, ya el de reconcentrada soberbia femenina en Silda, especie de diana selvática y feroz de un barrio de pesca, presenta tales variedades y se mueve con tal libertad en ondulaciones tan diversas, que nadie diría que por primera vez viene ahora el arte, y que ninguno ha precedido a Pereda en trabajarla y domeñarla.