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Pero ¿qué piensas hacer, hija mía? ¿Qué frenesí es el tuyo? preguntó doña Inés, muy conmovida y cariñosa. Ya lo verás, si quieres contestó Juanita . Todo lo tengo pensado; mas no has de saberlo como no lo veas. ¿Y cómo? ¿Y dónde? Ven conmigo a mi casa. Sólo faltan algunos minutos para que llegue la hora de la cita. Con tu presencia me infundirás valor. Eso ya es otra cosa respondió doña Inés.

¿Y qué conseguiré con esa visita? Agravar el mal en vez de sanarle. No será así: no estás en el busilis. irás allí, y, con esa cháchara que gastas y esa labia que Dios te ha dado, le infundirás en los cascos la resignación, y la dejarás consolada, y, si le dices que la quieres y que por Dios sólo la dejas, al menos su vanidad de mujer no quedará ajada.

Y si no ponte con una cara que despida huéspedes, no hagas caso de nadie, no mires a nadie sino como a prójimo mientras no sientas amor, y el amor ni acudirá jamás a tu alma ni le infundirás jamás en otra alma humana. El coqueteo es, pues, un rito, un culto, una plegaria, una evocación del amor para que venga. Digo todo esto a fin de que te dejes de gazmoñerías y vayas siendo algo coqueta.

Para filósofo, menospreciador del mundo y de sus pompas vanas, hubiera hecho mejor en no casarse con un pimpollo como . ¿Qué quieres? ¡Me amaba tanto! ¡Lástima fuera que no te amase! ¿A quién no infundirás amor? , sin embargo, agradecida... No sólo agradecida..., enamorada también... Conque, ¿le amabas mucho? Y le amo todavía.