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¿Qué decís de esto, eh, Dowlas? dijo el tabernero, volviéndose hacia el herrador que ardía de impaciencia por tomar la palabra . Ahí tenéis un buen problema para vos. El señor Dowlas era el espíritu escéptico de la reunión, y estaba orgulloso de ese título. ¿Lo que digo?

Pero, Dowlas, no es muy ingenioso en verdad hacer una apuesta en tales condiciones dijo Ben Winthrop . Lo mismo podríais apostar con un hombre que no atrapará un romadizo, si pasa la noche metido en el charco, con el agua hasta el pescuezo, durante un tiempo glacial. Tendría gracia que alguien se expusiera a morir por ganar una apuesta.

El señor Macey consideró esta interpretación como un absurdo, visto que la ley no podía tener más diferencias con los médicos que con las demás personas. Agregó que si estaba en la naturaleza de los médicos el desear menos que los demás mortales el ser constable, ¿cómo era que el señor Dowlas deseaba tanto proceder en aquella calidad?

Las gentes que creen en la licencia de Cliff, no se atreverán jamás a acercarse a aquel lugar por diez libras esterlinas. Si el señor Dowlas quiere conocer la verdad sobre este asunto dijo el señor Macey con sonrisa sarcástica, golpeándose los pulgares el uno contra el otro , no tiene para qué hacer apuestas; que vaya allá solo, nadie se lo impedirá.

Que apuesten conmigo diez libras esterlinas a si voy a ver la licencia de Cliff, e iré a estar allá solo. No necesito compañía. Y lo haría con tanta facilidad como cargo mi pipa. ¿Pero quién os vigilará, Dowlas, para confirmar que estáis allá? La apuesta no sería leal.

Si Dowlas fuese a pasar la noche delante de las caballerizas y viniese a decirnos que no ha visto el menor rastro de la licencia de Cliff, yo estaría con él; pero si alguien me dijese que, a pesar de ello, la licencia de Cliff existe realmente, yo también estaría con él, porque el olfato es lo que me guía.