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Esto pasa dentro de nosotros á veces sin repararlo, y por eso quando oimos á alguno que alaba á nuestro contrario, pareciéndonos por las razones propuestas, que quanto el contrario es mas digno de alabanza, tanto menos lo somos nosotros, intentamos con artificio rechazar las alabanzas, ó ponerlas en duda, ó culparle en otras cosas, que puedan obscurecer las alabanzas, y no sosegamos hasta que estamos satisfechos, que ya los demas nos han creido.

Además, veía a su amiga demasiado inclinada a las especulaciones místicas, temía que cayera en el éxtasis, que tenía siempre complicaciones nerviosas, y era preciso evitar que pudiesen culparle a él de otra enfermedad probable, si Ana seguía aquel camino peligroso.

Si los Catalanes hicieran lo que hizo Stilicon y Narses, el uno llamando á los Godos, el otro á los Longobardos para la ruina de Italia, y del Imperio, no pudieran ser mas ofendidos de las plumas y lenguas de la historia; unos les llaman impios, sacrílegos, otros piratas, comun pestilencia de las gentes, hombres sin Dios, sin ley, sin razon, y todo nace porque en su favor llamaron á los Turcos, que entendido esto por mayor, ofende algo las orejas cristianas, pero bien abvertido y averíguado, no hay razon para culparle levemente, cuando mas para ofenderles con palabras tan descompuestas, y llenas de injuria y afrentas.

-Señor -respondió Sancho-, cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere; aquí se me acordó del rucio, y aquí hablé dél; y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara. A lo que dijo el duque: -Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada; al rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuide Sancho, que se le tratará como a su mesma persona.