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El capista se encogió de hombros; Isagani de mala gana le siguió. El P. Fernandez, aquel fraile que vimos en Los Baños, esperaba en su celda grave y triste, fruncidas las cejas como si estuviese meditando. Levantóse al ver entrar á Isagani, le saludó dándole la mano, y cerró la puerta; despues se puso á pasear de un estremo á otro de su aposento. Isagani de pié esperaba á que le hablase.

En medio de su entusiasmo, se le acercó un capista para decirle que el P. Fernandez, uno de los catedráticos de ampliacion, le quería hablar. Isagani se inmutó. El P. Fernandez era para él persona respetabilísima: era el uno que él esceptuaba siempre cuando de atacar á los frailes se trataba. Y ¿qué quiere el P. Fernandez? preguntó.

Tomás, quien á su vez las supo de un capista. Pronosticaban futuros suspensos, prisiones, etc. y se designaban los que iban á ser víctimas, naturalmente los de la Asociacion. Basilio recordó entonces las palabras de Simoun: El día en que puedan deshacerse de usted... Usted no terminará su carrera... ¿Si sabrá algo? se preguntó; veremos quien puede más.

Resulta de ello, que esceptuando algun raro capista ó sirviente que tuvo á su cargo los museos durante años y años, jamás se supo de ninguno que haya sacado provecho de las lecciones de memoria con tanto trabajo aprendidas. Pero volvamos á nuestra clase.