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Para evitar tiempo, papel y paciencia, diremos que en fuerza de acosar y prometer el uno, acabó el otro por ir largando trapo, hasta que del último remiendo de los calzones sacó un magnífico cronómetro de bolsillo, alhaja que, sin conocerla, le había dado tanto que discurrir. Á su vista, el buen señor quedóse haciendo cruces y bendiciendo á la Providencia en sus adentros.

Pero esto también le parecía anodino e insuficiente, y acto seguido se rectificaba con proposiciones más feroces. Ero mejor acosar a los rebeldes, abortar los planes que venían preparando, «pincharles para que saltasen antes de tiempo», y una vez se colocaran en actitud de rebeldía, ¡a ellos y que no quedase uno! Mucho guardia civil, muchos caballos, mucha artillería.

Algunas veces ostentaba la garrocha atravesada en el borrén de la silla, y con un pelotón de amigos convertidos en piqueros iba a las dehesas para acosar y derribar toros, gozando mucho en esta fiesta brava, abundante en peligros. No era una niña.

El capitán vaciló. «¿Qué motivo tenía para acosar á este desconocido?...» Y en el preciso momento que se formulaba esta pregunta, el otro retuvo un poco su marcha para volver la cabeza y darse cuenta de si le seguían. Se verificó en Ferragut un rápido fenómeno.

Tiburcio era un hurón para descubrir y acosar su presa, por muy borrado que el rastro quedase en la pista y por muy oculta que fuese la madriguera.