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Pero esto también le parecía anodino e insuficiente, y acto seguido se rectificaba con proposiciones más feroces. Ero mejor acosar a los rebeldes, abortar los planes que venían preparando, «pincharles para que saltasen antes de tiempo», y una vez se colocaran en actitud de rebeldía, ¡a ellos y que no quedase uno! Mucho guardia civil, muchos caballos, mucha artillería.

El marqués de la Algaba, noble sevillano que en la primera mitad del siglo XVII era muy conocido en la ciudad, tuvo un desafío con el Asistente de la ciudad, el cual desafío fué célebre por circunstancias diversas, y cuyo motivo fué el siguiente: En la casa de los jesuitas hubo una gran función religiosa á fines de Agosto de 1628, y para asistir á ella como era propio de su rango, el marqués de la Algaba mandó á los ignacios que le colocaran en lugar preferente del templo una gran silla con su reclinatorio y almohadas.

A toda hora atormentábala el temor de que cuando muriese la colocaran en un ataúd demasiado corto, donde no pudiera estirar las piernas. Era muy modesta, suave, de lindo rostro exangüe, como se pinta a las monjas y a las santas. Mientras hablaba, sus largos dedos blancos arreglaban los encajes rotos de su peto.

Nosotros asumimos toda la responsabilidad de la protesta, dándoles aliento y explicándoles que ninguna cosa mala tratábamos de hacer; y merced á nuestras últimas exhortaciones, conseguimos que se colocaran las dos escalas, por las que trepamos con la avidez del que busca un tesoro. Tras el último peldaño se nos mostró el interior de la caverna.

El anciano, después de tragarse la mitad de la atmósfera del cuarto, hizo signos afirmativos, arqueando las cejas y sonriendo como hombre conocedor de las debilidades de sus semejantes. «La última vez que le dejaron cesante, nos vimos tan mal, tan mal, que no se podía esperar a que le colocaran.

Calló por discreción, pero ordenó a los criados que colocaran más alta la lámpara. Así nadie podría quitarle luz ni apagarla. Pero resultó una desigualdad irritante, porque Mesía, poniéndose de puntillas, llegaba todavía a la llave del gas. De las tres hijas de los marqueses, dos, Pilar y Lola, se habían casado y vivían en Madrid; Emma, la segunda, había muerto tísica.

A primera vista, la mayor parte de los objetos permanecían en los sitios en que la víspera se colocaran, pero ¡júzguese cuál sería mi asombro, al ver que gran número de candeleros, jarrones y demás yacían diseminados por el suelo en el más completo desorden! Sólo quedaban en pie, arrinconados en un ángulo debajo del coro, cuatro objetos.

Los naturalistas le colocarán siempre en muy elevado lugar al escribir los anales de su ciencia; y los filósofos, al redactar la historia de la suya, no pueden ni deben olvidarle. Goethe siguió con honda penetración y con vivo interés el gran movimiento filosófico, que se verificó en Alemania durante su vida.