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Recordaban los crudos inviernos que pasaron reunidos en la ciudadela de *, faltos de combustible, durmiendo en cuadras de cuartel sin un mal lecho, abrigando a los niños con restos de cortinajes, comiendo pan negro que era comprado a escondidas. Se refería, sonriendo, lo que en otro tiempo fue terrible. La mansedumbre de la edad había calmado las iras más acerbas.

Solo una parte de la masa del edificio conserva su techumbre, abrigando muchos objetos curiosos. El espectáculo es tan grandioso y el conjunto de construcciones y primores tan complicado, que no es posible describirlo sin entrar en pormenores detenidos.

Los racimos de bombillas eléctricas, al iluminarlos con un resplandor absurdo, hacían pensar en el sol ardiente y el mar azul que existían al otro lado de los muros de oro y jaspe. Sobre las mesas, el alumbrado era de petróleo: dos enormes pantallas abrigando cada una cuatro quinqués que pendían de unas cadenas de bronce de varios metros fijas en el techo.

De un lado el pesado champan, barca toldada de palmas secas, de 20 á 50 metros de longitud y dos ó tres de anchura especie de choza flotante, y montado por multitud de bogas que gritan atrozmente y parecen una legion de salvajes del desierto; ó bien la miserable ramada indígena, expuesta á la cólera de los vientos, las invasiones de los reptiles y las fieras, ó los chubascos de las tempestades de invierno, con un menaje tan extravagante como pobre, y abrigando familias de salvaje fisonomía, fruto del cruzamiento de dos ó tres razas diferentes, y para las cuales el cristianismo es una mezcla informe de impiedad é idolatría, la ley un embrollo incomprensible, la civilizacion una niebla espesa, y lo porvenir como lo presente y lo pasado se confunden en una igual situacion de sopor, indolencia y brutalidad!

Mas no sucede, ni puede suceder así, en no abrigando el hombre semejante conviccion, y mucho ménos si ni aun llega á tener noticia de que existen dichos seres; pues entónces no es dable conjeturar de dónde procederia una ilusion tan extravagante.

Con el aplomo y la superioridad que da el dinero, Calderón apenas fijaba la atención en quién requería de amores a su hija, abrigando la seguridad de que no le faltarían buenos partidos cuando quisiera casarla.