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Ponía una de cal y otra de arena, mezclando las contestaciones categóricas con los mimos y las zalamerías. Bien sabía cuál era el flanco débil del enemigo. Pero Barbarita, mujer de tanto espíritu como corazón, se las tenía muy tiesas y sabía defenderse. En algunas ocasiones era tan fuerte la acometida de cariñitos, que la mamá estaba a punto de rendirse, fatigada de su entereza disciplinaria.

Resultado: la corista machucha y corrida determinó, primero, desplegar cuantas zalamerías y gatadas pudiese sugerirle su deseo de asegurar la presa, y segundo, recurrir, si fuese necesario, a la bronca y el escándalo para evitar el abandono: cuando no bastasen las cucamonas y los mimos, emplearía el terror.

Mi futura mamá, sin dejar de mostrarse compasiva, me dirigió algunas zalamerías, como la de decirme que tenía un corazón de oro, y que si algún día perdonaba a su hija, sería más por consideración a que a ella. Tanto como el resultado satisfactorio de aquella plática me halagaba la habilidad diplomática que creía haber desplegado durante ella.

Alfonso sabía engolosinar a su madre con caricias astutas cuando quería obtener de ella algunos ochavos, y la besuqueaba y hacía mil zalamerías. Un secreto, mamá decía subiéndosele al regazo, y abrazándola y aplicándole su boca al oído . Un secreto... Ya, ya, ¡ay, qué rico!, lo que mi ángel quiere es un cuartito, ¿verdad?

En cuanto note algo, se le ha de ocurrir sin que yo se lo sople al oído, pues no soy quién para aconsejar a mi padre. ¡Caramba! Lo dices de un modo..., ¡como si fuese cuestión de vida o muerte! Pues así. Marchóse con estas despachaderas el marqués, y a la hora de la cena estuvo taciturno y metido en , haciendo caso omiso de las zalamerías de Rita.

Juanito desempeñaba bien su papel: á veces movía la cabeza en señal de disgusto y entonces se oían toses, murmullos en algunas partes; á veces sonreía, aprobaba y un segundo despues resonaban aplausos. Doña Victorina estaba encantada y hasta concibió vagos deseos de casarse con el joven el día que don Tiburcio se muriera. ¡Juanito sabía francés y de Espadaña no! ¡Y empezó á hacerle zalamerías!

Ana empezó a hablarle, a decirle mil zalamerías a aquel bollo que del mundo exterior sólo conocía las sensaciones de calor y frío; buscó una cucharilla y le paladeó con agua azucarada; arregló la gorra protectora del cráneo, blando y colorado como una berenjena, y después se sentó a la cabecera del lecho, depositando en el regazo el fajado muñeco.

Penetró éste en el despacho de Su Excelencia, dando dos pasos adelante y uno atrás, que era como andaba en las circunstancias graves, y poniéndose de rodillas exclamó: ¡Viva María Santísima y viva su merced, que es el amo de toitico el mundo! Levántate; déjate de zalamerías, y dime qué se te ofrece... respondió el Conde con aparente sequedad. ¿Qué mil reales? Pues ¡qué! ¿ lo conocías?

Fernanda me estrechó la mano y Blanca acometió a su marido con los mimos y las zalamerías con que acostumbraba a hacerlo siempre delante de los extraños.

Y tanto por el cariño que inmediatamente nació en su corazón, como por conceder un desahogo á las imaginaciones que desde hacía tiempo bullían en su cabeza, comenzó á ensayar en sus relaciones todo aquel conjunto de metafísicas amorosas y zalamerías aristocráticas de que estaban plagadas las novelas que más á menudo leía.