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Los industriales del país, que sólo aceptaban alianzas con gente de dinero, habían admitido como yernos á los hijos del poeta. Su gloria se extendía por toda la provincia como algo irresistible, reflejándose en las provincias limítrofes.

Este ambiente abogadil de intrigas constantes y de habilidades pequeñas no puede ser más a propósito para la formación del político español. De él salió Montero Ríos, su representante máximo, con toda esa caterva de hijos, sobrinos, yernos, amigos y contertulios que nos mangonean todavía...

La condesa viuda, llena de santa y dulce resignación, tuvo pronto una muerte ejemplar y cristiana. Durante algunos días reinó muy lúgubre animación en el castillo. A recoger los últimos suspiros de la egregia dama había acudido la mayor parte de sus hijos, yernos y nueras.

Los libros no eran de leer, sino de cuentas, todo muy limpio y ordenadito. La pared del centro ostentaba el retrato de Doña Pura, cubierto con una gasa negra, en marco que parecía de oro puro. Otros retratos de fotografía, que debían de ser de las hijas, yernos y nietecillos de D. Carlos, veíanse en diversas partes de la estancia.

Si Eleuterio fuera a Agricultura, , se arreglaría todo; porque estando él en el gobierno nadie se atrevería a mover a mis yernos. Pero, hijita, no se sabe nada; no hay manera de saber nada. ¡Qué cosa! ¿no? ¡Es una cosa tremenda! Luego, Eleuterio es así; no da un paso; no hace ninguna gestión; espera tranquilo.

¿Cómo va una a hacer para casar a sus hijas, Dios mío? murmura la de Aimont. No puede una, sin embargo, ponerse al acecho detrás de un muro protector y tirar sobre los yernos posibles... A eso se llegará, señora dijo la abuela como consuelo... La caza a los maridos amenaza con hacerse bárbara... ¡Qué costumbres!...

Había un gran comedor, otro comedor pequeño para diario y varios salones de respeto, que no se abrían sino en las ocasiones solemnes, y donde, entre otras preciosidades, D. Acisclo, sus hijos, hijas, yernos y nueras, todos resplandecían retratados al óleo, de tamaño más que natural, y casi de cuerpo entero, por un pintor ambulante que acertó a pasar por Villafría, y que llevó una onza de oro por cada retrato.

Debo advertir que este es el tratamiento que se da, entre la gente del pueblo de este país, por los yernos y nueras, á las suegras. La vieja del segundo piso, sin dejar de clavar las rabas, al conocer la voz de su nuera, contesta de muy mala gana: ¿Qué se te pudre? ¿Tiene un grano de sal pa freir unas bogas? No tengo sal. Salú es lo que no había de tener usté refunfuña la mujer del Tuerto.

Pero, aunque mis yernos son buenos y las muchachas lo mismo ya sabes lo bien que las he educado pues, claro, nunca faltarán desavenencias, disgustillos, incompatibilidades de carácter; porque, naturalmente, donde hay tanta gente, ¿cómo entenderse todos bien?

La primera idea de la impetuosa María Teresa fue comprar un revólver e ir matando por turno a los hijos y las hijas de su marido, a más de yernos y nueras, sin perdonar a los nietos. ¡Raza maldita! ¡Ladrones! ¿Y para esto había sacrificado los primeros años de su juventud a un viejo tonto, renunciando al amor?... Pero no; él era bueno y la quería.