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Actualizado: 28 de junio de 2025
A propósito de adulaciones, no recuerdo en qué cronicón he leído que uno de los virreyes del Perú fué hombre que se pagaba infinito que lo creyesen omnipotente.
Hablando de tan ilustre virrey, dice Lorente: «Oía a todos en audiencias públicas y secretas, sin tener horas reservadas ni porteros que impidieran hablarle, y daba por sí mismo decretos y órdenes, con admiración de los limeños, que ponderaban no haber observado actividad igual en el trabajo, ni forma semejante de administración en ninguno de los virreyes anteriores.
Lo demás, trípticos y tablas, espadas y armaduras de los Torreroel de la Reconquista, las riquezas exóticas traídas de las Indias por los virreyes, y los regalos que varios monarcas de Europa habían hecho a sus abuelos, embajadores que dejaron en las cortes más famosas el recuerdo de su fastuosidad principesca, todo había ido desapareciendo después de noches terribles en que la fortuna le volvía la espalda en la mesa de juego, consolándose de su desgracia con juergas estruendosas, de las que hablaba Jerez durante mucho tiempo.
Al fin, este descendiente de Adelantados y Virreyes acabó por ingresar en la primera «Internacional de trabajadores». Y lo más extraordinario fué que su primitiva educación, sus altiveces y sus acometividades paladinescas le acompañaron en esta vida nueva, haciéndole convertir la más insignificante divergencia de doctrina en un «asunto de honor».
Pero muchas de esas repúblicas, después de su independencia, se han dedicado a matar al indio, a suprimirlo con una crueldad más fría y razonada que la de los virreyes y gobernadores, a organizar el exterminio metódico y el reparto de los niños, para que no quedase ni simiente... Nietos de gallegos y vascongados han cantado los intentos de rebelión de los indios contra la metrópoli, viendo en ellos los primeros vagidos de la Independencia, cuando no fueron más que revueltas de razas, sublevaciones de color.
Experimentó la alegría de un siciliano desterrado al cruzarse con varios carros del país tirados por rocines con plumas y cuyas cajas pintarrajeadas representaban escenas de La Jerusalén libertada. Recordó los nombres de las vías principales, que eran los de antiguos virreyes españoles.
Manso de Velazco, Amat, Jáuregui, O'Higgins y Avilés, después de haber gobernado en Chile, vinieron a ser virreyes del Perú.
Jamás un rey de España pisó el suelo de la América para mostrar en su persona el símbolo, la forma encarnada del derecho divino. ¡Virreyes ridículos, ávidos, sin valor a veces para ponerse al frente de pueblos entusiastas por la dinastía, acabaron de borrar en la conciencia americana el último vestigio de la veneración por el personaje fabuloso que reinaba más allá de los mares desconocidos, que pedía siempre oro y que negaba hasta la libertad del trabajo!
La industria serviría ahora para que afirmase su importancia social aquel descendiente de virreyes y santos arzobispos. El Señor bendeciría con su protección al cognac y las bodegas... El capataz de Marchamalo sintió la muerte del amo más que toda la familia.
3 Y todos los príncipes de las provincias, y los virreyes, y capitanes, y oficiales del rey, ensalzaban a los judíos; porque el temor de Mardoqueo había caído sobre ellos. 4 Porque Mardoqueo era grande en la casa del rey, y su fama iba por todas las provincias; pues el varón Mardoqueo iba engrandeciéndose.
Palabra del Dia
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