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En la guerra de la independencia víose despojada todavía de una parte de sus riquezas para sostener al ejército español mandado por Aguilera, quien hizo sacar de ella veinticinco arrobas de plata.

Por fin, después de repetidas vueltas y revueltas, este exhaló un rugido y cayó en tierra, diciendo: Muerto soy. Al punto D. Pedro viose rodeado por un lado y otro. Multitud de vergajos cayeron sobre sus lomos, y con loco estrépito repetían los circunstantes: ¡Viva el gran D. Pedro del Congosto, el más valiente caballero de España!

Margarita rompió a reír, conteniéndose a duras penas, y la condesa, no obstante su preocupación, viose forzada también a soltar la risa, añadiendo a media voz: Con tal que no nos mande a la kermesse este utensilio...

Entre el humo y los fogonazos viose a Marieta erguirse como impulsada por un resorte y desplomarse con un pataleo de agonía que desordenó sus ropas. En la masa negra e inerte quedaron al descubierto las blancas medias de seductora redondez, estremeciéndose con el último estertor.

Despues de una lucha larga y encarnizada, despues de haber combatido con un valor heroico por la causa de la libertad y de la independencia, estos soldados improvisados habiendo sido finalmente vencidos por las tropas aguerridas y ordenadas de los Españoles, vióse forzado Muñecas á dejar Larecaja, de donde se encaminó, con algunos de los suyos, por el rio Iuyo hasta Aten.

Varios socios del Veloz corrieron al hospital a ver el cadáver, y en la esquina del ministerio de la Guerra viose todo el día un gran cerco de gente contemplando con cierta curiosidad pavorosa el pie de aquella ventana en que parecía vagar aún la sombra siniestra del crimen.

En el ruido de las aguas al tragarse a Juanillo creyó oír éste un grito, palabras algo confusas; tal vez el viejo timonel que gritaba: «¡Hombre al aguaBajó mucho, ¡mucho! atolondrado por el golpe, por lo inesperado de la caída; pero antes de darse cuenta exacta de ello viose otra vez en la superficie del mar braceando, absorbiendo con furia el fresco viento... ¿Y la barca? No la vio ya.

Pero la obscuridad y el espanto de aquel sitio acongojaron su corazón, aún no suficientemente varonil para arrostrar ciertos lugares. Se detuvo; viose entre dos especies de muerte, y vaciló... Le consolaba que los guardias no podían entrar a cogerle. ¿Y si le hacían fuego?... Entonces se achicó tanto, que volvió a ser niño y a tener miedo.

Viose entonces que Smith's-Pocket no era más que una bolsa, expuesta, como otras bolsas, a vaciarse, pues aunque Smith taladró las entrañas de la gran montaña roja, aquellos cinco mil dóllars fueron el primero y último fruto de su labor. Aquella montaña se mostró avara de sus dorados secretos y la mina poco a poco fue tragando el resto de la fortuna de Smith.

Viose entonces de nuevo solo y arruinado, y la necesidad, mala consejera siempre y móvil las más de las veces de empresas descabelladas, sugirióle la idea de utilizar en provecho propio el precioso depósito, y aquí comenzaron las complicaciones y los peligros, los planes trazados y abortados.