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Actualizado: 22 de octubre de 2025
Las jóvenes, adornadas con lindos pañuelos de colores, formaban grupos a las puertas de las casas. Vendedores de frutas y confites atronaban con sus gritos. Las tabernas rebosaban de gente, y los puestos de vino entoldados que había en medio de las calles lo mismo. Repicaban las campanas y estallaban sin cesar los cohetes. El sol reía en el espacio.
Esta era entonces centro de gran movimiento y tránsito y mercado de la fruta, que por estar enclavado en barrio tan céntrico y rico é inmediata á otros puntos de venta como los del pan y las pescaderías, acudía gran concurrencia á ella y atronaban de continuo toda la collación los gritos y el vocerío de vendedores esportilleros, mozos, criados, justicias, etc. etc.
Buscaba a uno de sus tíos, apodado el Ingeniero, el cual, según noticias, aunque retirado de los negocios, colocaba allí su tenderete todos los domingos. En el otro extremo de la plaza sonaba como un quejido la música de un órgano. Las melodías gangosas llegaban a jirones hasta Maltrana cuando se hacía un corto silencio en el vocear de los vendedores.
En torno de las dos mujeres se oían los gritos de los vendedores ambulantes; los hombres decían desvergüenzas que las chulas recogían con sonrisas, y de aquella aglomeración de cuerpos poco limpios se desprendía un olor nauseabundo. A Paz le daban impulsos de marcharse sin averiguar nada; pero, atormentada por los celos, no apartaba la vista de la casa de Engracia.
Los perros bebían en los charcos sucios formados por los chorros del riego y después refugiábanse en la sombra, como los vendedores ambulantes, cansados de pregonar zapatillas de cabra, tubos, todo a real, puntillas, guías de ferrocarril, pitos y pucheros artificiales para economía de carbón... En aquellas horas, en aquella horrible y molesta estación, sólo las moscas y Bringas eran felices.
El «cuarto estado» era su frase favorita, en la que lo abarcaba todo, y cuyo alcance había que adivinar. Unas veces, el «cuarto estado» era únicamente los vendedores del papel; otras, la gente popular; y algunas, todos los que compran periódicos. Maltrana, al verle, le preguntaba invariablemente por el famoso «cuarto estado».
Los vendedores de periódicos pregonaban terribles batallas en el centro de Europa: ardían las ciudades bajo el bombardeo, morían cada veinticuatro horas miles y miles de seres humanos... Y él no leía nada, no quería saber nada.
En los mercados y ferias, que se celebraban en todas las poblaciones de alguna importancia, no sólo concurrían en busca de diversiones compradores y vendedores, sino curiosos innumerables, puesto que en ellas, como en las consagraciones de las iglesias, en las bodas, etc., nunca faltaban entretenimientos y fiestas de todo género.
Con otros vendedores de pescado y con los de diversos artículos, cometía el escribano no pocos atropellos y hacíales, con amenazas, que le dieran lo mejor que había en el mercado, como cualquier municipal de nuestros días, y cierto viernes de Cuaresma, como no había un pescado que quería, la emprendió á golpes con un vendedor, á quien encima mandó á la cárcel.
En torno de las cocinas al aire libre se agolpaban los clientes, comiendo de pies los macarrones hervidos ó los pedazos de carne. Anunciaban los vendedores sus géneros con pregones melódicos semejantes á romanzan, y de los balcones bajaban á su encuentro cordeles rematados por castillos. Los regateos y compras eran desde el fondo de la calle-zanja á los séptimos pisos.
Palabra del Dia
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