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Actualizado: 1 de junio de 2025
Hay siempre en Verona, como punto céntrico entre Milan y Venecia, 30 á 40,000 tudescos. Despues de Verona se pasa por Vicenza, ciudad de treinta mil habitantes: un poco ántes de llegar, y situados sobre una elevacion, se ven los restos de los castillos mismos que habitaron los célebres Montecchi y Capuleti.
En tanto que ellos estuvieron desta manera, hobo grande oportunidad para aprovecharnos dellos, si en nosotros hobiera juicio y valor para intentarlo, teniendo como teníamos gente para poder darles la batalla, aunque fueran hartos más de los que eran, porque sin la gente que había de quedar en el fuerte, quedaron los tudescos y compañías de italianos y españoles que estaban por embarcar, sin otros muchos que habían salido de las galeras que se perdieron y la gente que tenían las siete galeras y cuatro galeotas que allí estaban.
Viéndose todos en tales términos, que D. Alvaro había desamparado el fuerte, y con determinación, según se entendía, de no volver más á él, habiendo tanta falta de agua, que de lo demás tenían bastimento para muchos días, sabiendo que fuera, en el caballero de Gonzaga, se hallaba el capitán D. Juan de Castilla con su compañía, que ninguna otra cosa había quedado fuera del castillo, y tenía consigo las compañías del capitán Juan de Funes y del capitán Olivera y Ortiz, el cual había muerto un día antes, las cuales compañías estaban señaladas para la guardia del dicho caballero y batería, que todo estaba abierto y llano, y estas compañías con la mayor parte destos oficiales y todos los soldados se hallaban allí para su defensa, y no llegaban á 80 hombres; demás destos tenían orden de socorrellos cuando fuera menester, el capitán siciliano Jorge Siciliano y otro capitán milanés que se llamaba Juan Paulo, y era izquierdo; todos eran buenos capitanes y valientes, y se hallaron con el dicho capitán D. Juan de Castilla, entrambos con hasta 30 soldados de los suyos y un lugarteniente de alemanes de la guardia de D. Alvaro de Sande, con otros 30 soldados tudescos.
Al cruzar la frontera de Milan para entrar en territorio piamontes, ántes de Novara, la policía austríaca detuvo una hora la diligencia, nos registraron los equipajes, hojearon y visaron los pasaportes; y con el pecho prodigiosamente dilatado, con el júbilo del que sale de un calabozo para recobrar la libertad querida, con el alivio de una ponderosa carga que me oprimia, salí del territorio que profanan los tudescos, y pisé el libérrimo suelo del Piamonte.
Al Coronel de tudescos hirieron de un arcabuzazo en la cabeza en el caballero de la Cerda, de que murió dende á pocos días. Pesó á todas naciones la muerte deste Coronel, que era muy valiente y muy bien quisto. Tomó D. Alvaro la Coronelía para sí y puso un Teniente en ella.
Los tudescos le cerraron el paso cruzando sus alabardas. ¡Ah! ¡no me dejáis pasar!... exclamó el bufón, y asió las alabardas con la fuerza de la zarpa de un león. Se entabló una lucha. Quevedo no podía llegar pronto, pero desde donde estaba gritó con la autoridad que sabía dar á su voz en las ocasiones solemnes: ¡Dejadle pasar! ¡dejadle pasar, de orden del rey!
Basta de matemáticas, digo yo ahora, pues me urge apuntar que Torquemada vivía en la misma casa de la calle de Tudescos donde le conocimos cuando fué á verle la de Bringas para pedirle no recuerdo que favor, allá por el 68; y tengo prisa por presentar á cierto sujeto que conozco hace tiempo, y que hasta ahora nunca menté para nada: un D. José Bailón, que iba todas las noches á la casa de nuestro D. Francisco á jugar con él la partida de damas ó de mus, y cuya intervención en mi cuento es necesaria ya para que se desarrolle con lógica.
Al sonido de aquella voz poderosa, á la vista del hábito de Santiago, del que la pronunciaba, los tudescos dominados dejaron pasar al bufón. Quevedo, á pesar de la deformidad de sus pies, que le impedía andar de prisa, corrió. En la puerta de la cámara de la reina, se entabló otra lucha con los ujieres. La autoridad de Quevedo fué allí inútil. El bufón apeló á la fuerza.
D. Alvaro volvió de Milán de mediado el mes de septiembre y trajo 18 banderas de españoles, tan pobres de gente, que no pasaban de 800 ó 900 soldados, y tres de tudescos, en que había otros 800, sin otra que se hizo después, y 16 banderas de italianos, en que había hasta 3.000, muchos dellos franceses y gascones.
Todos los que se fueron eran italianos y españoles, que de los tudescos y franceses hubo muy pocos ó ningunos que se fuesen, y esos que se iban no eran de su nación, sino que andaban entre ellos por saber la lengua. Fuéronse algunas mujeres tudescas, y así se pueden loar estas dos naciones no haber caído en una tan gran maldad.
Palabra del Dia
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