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Actualizado: 25 de julio de 2025
D. Gabriel, usted, como persona casi divorciada del siglo, aunque en su continente y rostro no se advierte nada que lo indique, comprenderá que en estas recatadas tertulias de mi casa no se puede tener con las muchachas la licenciosa tolerancia que madres inadvertidas y ciegas tienen con sus hijas en otras familias.
El original de este Reglamento, que poseo, da exacta idea de lo que eran aquellas tertulias del famoso Café del Turco, y ofrece una nota bien característica de la época en que fué redactado. La forma en que se hacía la lectura está bien expresada, pues en el artículo tercero se lee que «la pieza destinada para el efecto, es en la que antes estaba la mesa del billar.
La dama partió llena de pena y miedo, de miedo porque ignoraba si alejándose de Madrid se alejaría del aire ponzoñoso; de pena, porque dejaba su vida dulce y regalada, sus tertulias llenas de amenidad o interés, su influencia en el partido dominante, y quizás, quizás algo que más vivamente interesaba a su corazón.
Y desde entonces, la gente joven, en sus tertulias del fumadero, llamaba «el rincón de los pingüinos» a esta parte del buque donde pasaban el día aisladas del resto del pasaje sus madres, sus hermanas y las respetables amigas de sus familias. Este «rincón de los pingüinos» era mirado poco a poco con cierto respeto, hasta convertirse, algunos días después, en un lugar envidiable.
Se hablaba de aquellas cosas banales de que conversan en estas tertulias de domingo, la gente joven de nuestros países. El tenor, ¡oh el tenor! había estado admirable. Ella se moría por las voces del tenor.
Bodas, bautizos, entierros, juntas, tertulias..., en cualquier acto de éstos y otros muchos, lo primero que la pública curiosidad buscaba anhelante era la presencia del tío Merlín; porque aquí para provocar la risa, allá para dar un consuelo y en el otro lado para ilustrar el juicio de los demás, su presencia era tan indispensable, que sin ella no se encontraba alegría, ni lágrimas, ni consuelo, ni parecer.
Pero por más que despreciase en el fondo del alma aquellas resquemantes tertulias y se propusiera más de una vez huirlas, no le era posible. Después de almorzar, los pies le arrastraban quieras que no al café de Fornos y después de comer hacia el saloncillo del Español o de la Comedia.
Para conseguirlo han principiado por apartarla perpetuamente de mí. Desde hace algunos días han resuelto terminantemente que no venga a las tertulias de esta casa, y tampoco me reciben a mí en la suya. De este modo, mi hija concluirá por no amarme.
Ha sido efecto de una fuerte impresión moral. Debió ser terrible observó el barón . ¿Y qué se la causó? Una palabra de vuestro rey Luis XIV. ¿Qué palabra? insistió el barón espantado. El célebre dicho contestó Rafael «YA NO HAY PIRINEOS». Con tanto como se hablaba en las tertulias acerca de la nueva cantatriz, se ignoraba un hecho significativo, que había ocurrido aquella misma noche.
Ella había tenido cuidado de refrescarlo y de modificarlo, dejándola a la moda del día. Con tela que tenía de sobra el corte, y que ella había guardado, se había hecho un nuevo corpiño de medio escote, a propósito para recepciones y tertulias. Se puso este vestido, se miró al espejo y quedó muy satisfecha encontrándose bien.
Palabra del Dia
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