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Actualizado: 3 de junio de 2025
Después, en su adolescencia, fué de ayudante con algunos arrieros, cuidando las mulas en los malos pasos para que no se despeñasen. En estos viajes por las interminables soledades no temía á los hombres ni á las bestias.
Salìmonos de aquí, que se temia Que el indio se pusiese en emboscada, Diciendo que
Sí, sí, ahora comprendía; temía que ella no tuviese dote, y tomaba sus precauciones. Había sabido, sin duda alguna, que el desastre del banco Raynaud, perjudicaba a la cristalería.
Luego, al ver una casa ó un transeunte que se iba aproximando, reanudaba su conversación. Lo que ella temía era un alto en el camino, sentarse con el príncipe en el pequeño parapeto que bordeaba la costa. ¡Mientras siguiesen marchando!...
No: no lo es; tengo fe de que esta idea es en todo conforme con Vd.; pero tal vez es ingénita en mi alma; tal vez está en ella desde que fue creada por Dios; tal vez es parte de su esencia; tal vez es lo más puro y rico de su ser, como el perfume en las flores. ¡Bien me lo temía yo! Vd. lo confiesa ahora. Usted no me ama.
En el fondo de su alma sentía cierta aprensión completamente viril, completamente francesa: desconfiaba de su sistema nervioso, y temía no parecer todo lo valiente que era. Parece que las facultades del alma se multiplican en los momentos críticos de la vida.
Sólo a media noche creyeron sentir una lejana detonación y gritos; pero no se repitieron. El Capitán hubiera querido partir al instante; pero la oscuridad era profunda y temía extraviarse. Hubo, pues, de renunciar a su proyecto.
Alentada por su amiga, abrigaba algunas esperanzas, por remotas que fuesen, de salvar a su marido, escapando ella misma a tormentos morales en que temía dejar la razón, y por esta causa vigilaba con anhelante interés los más pequeños actos, las más insignificantes palabras de Jacques.
Acostumbrada y encariñada la Condesa viuda con su antigua vivienda, nada, sin embargo, temía.
Sacó a luz algunas anécdotas de su vida, en que no hacía muy honroso papel, y hasta la emprendió con sus trajes y corbatas, no perdonando medio para hacer reir a su costa. Los del Saloncillo sabían de esta carta y esperaban con ansia y fruición el golpe. Al fin la envenenada flecha que tanto temía Gonzalo, vino a clavársele en el corazón.
Palabra del Dia
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