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Actualizado: 7 de julio de 2025


Más allá, las islas de Grecia; en el fondo de una calle acuática, Constantinopla; y á continuación, bordeando la gran plaza líquida del mar Negro, una serie de puertos donde los argonautas olvidaban sus orígenes, sumidos en un hervidero de razas, acariciados por el felinismo de las eslavas, la voluptuosidad de las orientales y la avidez de las hebreas. A su derecha estaba África.

Los pueblos civilizados se distinguen principalmente de los que todavia están sumidos en la barbarie, en que conservan sobre la tierra las huellas de sus antepasados, los adelantos de las generaciones que les precedieron.

Marchaban emparejados y sumidos en sus reflexiones. El corredor parecía interminable. Se veían a ambos lados blancas puertas cerradas; detrás de unas reinaba un silencio absoluto; detrás de otras se adivinaba una ligera agitación: la de los enfermos insomnes, que no podían estarse quietos. El corredor no se terminaba jamás, y las puertas eran extrañamente numerosas.

¿Por qué lloras? Sonríes y lloras al mismo tiempo. ¿Y ? también sonríes y lloras. Y siguieron andando, sumidos en sus reflexiones. ¡Llama! dijo Pomerantzev. ¡Llama! respondió San Nicolás. Me das lástima, Nicolás. Estando tan viejo, tan enfermo, tan falto de fuerzas, andas sin cesar, vuelas sin descanso sobre la tierra y no te cuidas de nada. Ahora has venido por los aires a visitarme.

Y siguieron andando, sumidos uno y otro en sus reflexiones. ¿Por qué siento a veces en el pecho, bajo el corazón, algo que me oprime, que me pesa? Di, Nicolás. ¡Es natural! En una casa de locos no puede uno menos de fastidiarse alguna vez. ¿Crees...? Pomerantzev volvió la cabeza hacia San Nicolás. Este le miraba con afecto y sonreía dulcemente. Tenía los ojos arrasados en lágrimas.

Se habían quedado todos sumidos en un silencio molesto, durante el cual la galante sonrisa de Fernando siguió fija en el turbado rostro de la niña de Luzmela, y entonces la señora instó a su hijo a subir, ponderando con entrecortada voz, muy fingida y lacrimosa, los anhelos que sentía de verle a su lado y recrearse con su presencia.

Mientras los sabios antropólogos se solazaban experimentando esa inefable alegría del que se siente en posesión de la verdad entre tantos seres como se hallan sumidos en el error, nuestra antigua conocida D.ª Rafaela saboreaba sola, como siempre, en una mesa su invariable refresco de grosella.

Palabra del Dia

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