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Actualizado: 26 de noviembre de 2025


¿Creéis, tío repuso la condesa , que esa mujer, con una voz privilegiada, echará de menos la roca a que estaba pegada como una ostra, sin ventajas y sin gloria para ella, para la sociedad ni para las artes? Vamos, sobrina, ¿querrás hacernos creer con toda formalidad que la sociedad humana adelantará mucho con que una mujer suba a las tablas y se ponga a cantar di tanti palpiti?

No volví a poner los pies en el mundo, a lo menos en aquella parte de la sociedad en donde arriesgaba hacerme notar y encontrar recuerdos, que me hubieran tentado.

Cuando no tenía que ir a la Sociedad Económica a defender su voto particular como individuo de la comisión informadora de reformas sociales, iba al Fomento de las Ciencias a dar su conferencia sobre la utilidad de elevar a estudio serio el arte de la panificación.

Era una verdadera madre la mujercita de la dulce sonrisa. En aquel grupo de conmovedora miseria había algo que él no había conocido jamás, y los dos pobres chicuelos, martirizados por el hambre, destinados a vivir como parias de la sociedad, gozaban lo que él, criado entre lujo y ostentación, no había tenido nunca.

Era simplemente la aplicacion, en pequeña escala, del sistema de comunidad democrática que, como es sabido, existe en los ferrocarriles de los Estados Unidos de América. En Berna los wagones suntuosos de Alemania, llamados de primera clase, no tienen cabida, y casi todas las gentes de buena sociedad entran en los de segunda.

Los Geraumont no son de nuestra sociedad respondió la de Brenay desdeñosa. ¡Ah! respondió sencillamente la abuela, que, a pesar de ser aiglemontesa, no admite tan sutiles distinciones. ¿Y usted, señora? preguntó a la de Aimont. No me halaga el exponerme a bailar con los proveedores respondió ésta. Es un baile de comerciantes, de modo que...

Lo que en el pensamiento del duque había sido una excursioncita modesta, familiar, en el de su encopetada hija adquirió el carácter de un acontecimiento público, un viaje resonante y ostentoso que preocupó algunos días a la sociedad elegante. Salabert hizo poner un tren especial para sus convidados. Unos días antes había mandado los criados y las provisiones.

Lo demás está escrito en el alma de sus hijos, en las tradiciones de la humilde aldea en que vivió por espacio de cuarenta años, y en los recuerdos siempre sonrientes como ella, de aquella sociedad verdaderamente ática de Mâcón, donde su recuerdo cuenta tantos amigos como mujeres contemporáneas suyas existen.

Aguardaba al señor de Couprat con impaciencia, para observarlo con ojos que comenzaban a ver claro. Generalmente llegaba muy tarde, en compañía de tres o cuatro jóvenes que componían la alta sociedad a la moda de la región.

No es fácil imaginar qué multitud de ideas sugiere el patio de las diligencias: yo por mi parte me he convencido que es uno de los teatros más vastos que puede presentar la sociedad moderna al escritor de costumbres. Todo es allí materiales, pero hechos ya y elaborados: no hay sino ver y coger.

Palabra del Dia

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