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Así, en conversación animada, subieron al Gólgota. El sol, condenado a alumbrar el mundo durante aquel día terrible, se había ya ocultado tras las colinas lejanas. En el firmamento, hacia el Oeste, llameaba, semejante a un rastro de sangre, una ancha banda roja. Sobre el fondo del cielo se destacaban vagamente las cruces. Al pie de la de en medio podían distinguirse siluetas humanas prosternadas.

¡Ese que es feliz! murmuró Plácido suspirando y mirando hácia el grupo que se convertía en vaporosas siluetas donde se distinguían muy bien los brazos de Juanito que subían y bajaban como aspas de un molino. ¡Solo sirve para eso! murmuraba á su vez Simoun; ¡buena está la juventud! ¿A quién aludían Plácido y Simoun?

Ana al divisar allá lejos, en el extremo de la cinta larga y estrecha de carretera las siluetas de los dos poderosos caballos blancos de Mesía y Vegallana, sentía un placer que se le antojaba infantil... y se ponía nerviosa de ansiedad, que crecía según se acercaban los bultos y se aclaraban las figuras de caballos y jinetes.

Primeramente encontró pequeños grupos que iban hacia la ciudad; luego parejas; después individuos sueltos; al final nadie: una soledad absoluta. Los reverberos trazaban en el suelo amplios redondeles de púrpura. Más allá se extendían las tinieblas, cortadas por siluetas de ébano, que unas veces eran barcos y otras callejones de fardos, colinas de carbón.

Ojeda y su compañero, acodados en la baranda, miraban con interés las siluetas de las islas destacándose como nubes puntiagudas sobre el azul sereno del horizonte. Hasta aquí llegó Colón dijo Fernando . El Almirante, que había navegado siempre hacia Poniente, puso en el tercer viaje la proa al Sur, buscando descubrir tierras nuevas por la parte del Austro.

Se trata de un noviazgo últimamente concertado entre una de las más distinguidas señoritas de esta localidad y un conocido caballero bonaerense. He ahí sus respectivas siluetas: Ella. Tiene la belleza de una hurí del séptimo cielo de Mahoma y la gracia de una andaluza.

La puerta de una tienda de ultramarinos dejaba escapar en la esquina próxima un cuadro de luz vivísima, y veíase en el fondo al tendero, inmóvil ante el mostrador, ajustando sus cuentas. A cuarenta pasos, debajo de un andamiaje, una farola hacía resaltar las negras siluetas de un chulo de chaquetilla corta y una chula de falda almidonada y pañuelo de seda a la cabeza, que dialogaban vivamente.