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Dígalo si no la familia que en este momento hace su entrada triunfal en uno de ellos y permanece en pie despojándose de los abrigos, mientras los espectadores divierten por un instante la vista de la escena y la fijan en ellos, hasta que se sientan. Son los señores de Belinchón.

Toda la principalía en ejercicio, y fuera de él, todos los capitanes pasados, cabezas reformados, vecinos condecorados, jefes de cuadrilleros, caudillos, primogénitos y cuantos tienen, han tenido ó esperan tener algún cargo municipal, se sientan en la mesa del festín en esas veinticuatro horas.

Para los que, conociendo el estilo verbal del Padre Urtazu, sientan deseos de enterarse del epistolar que usaba tan claro varón, será cosa de gusto la esquela que a continuación se inserta: «Lucigüela de mis pecados: ay, hija, ¡y qué bien pintamos las cosas para dejar a nuestra personita en el lugar más lucido! Misericordia, ¿eh? ¡yo te daré la misericordia!

No es de extrañar que enojados los escritores que viven en provincias de que la fama de ellos no vuele, si antes no pasa por Madrid y en Madrid le prestan alas, sientan el prurito de aislarse, de escribir en la lengua o en el dialecto de la región en que nacieron, y de compensar así por la intensidad y la densidad la corta extensión de su nombradía. Lo cierto es que en España apenas se lee.

Este campo toma su nombre de algunos sauces que allí dejan caer sus ramas sobre toscos bancos de piedra, donde los honrados vecinos se sientan a tomar el sol en invierno o a respirar la brisa en verano.