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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Un pobre hombre que me servía de padre murió asesinado, por la imprevisión de unos contratistas, en una catástrofe del trabajo, y su cadáver fue bandera revolucionaria para otros tan desdichados como él. Yo he comido las bazofias que comen los perros. Mis nobles ascendientes eran traperos y se mantenían con las sobras de las cocinas de Madrid.
Los envilecidos por la explotación, al despertar, buscaban en las doctrinas redentoras la venganza del pasado y el bienestar egoísta, aunque fuese a costa de sus semejantes. Había sembrado la semilla revolucionaria en los parias de la Iglesia, adormecidos en un ambiente de dos siglos atrás.
Pero todo aquello pasó, la fiebre revolucionaria, los folletos, y Bailón tuvo que esconderse, afeitándose para disfrazarse y poder huir al extranjero.
Los señores del ayuntamiento temían al barbero más que a diez periódicos, y cuando en alguno de los discursos que los grandes hombres del partido conservador pronunciaban en Madrid leían algo sobre la «hidra revolucionaria», o «el foco de la anarquía», se imaginaban una barbería como la de Cupido, pero mucho más grande, esparciendo por toda la nación una atmósfera venenosa de burlas crueles y perversas insolencias.
Del seminario salió por una ventana, con un trabuco, pues nada menos exigían la prisa y el peligro con que acudió a defender la causa del pueblo en una intentona revolucionaria en que se vio comprometido, familiar y todo, por culpa de amistades heteróclitas, adquiridas en las escapatorias frecuentes que de noche emprendía con otros compañeros y algún seminarista amigo de ir al teatro y a lugares de corrupción más inmediata.
El jueves siguiente fue conducida Fortunata a las Micaelas. Las Micaelas por fuera i Hay en Madrid tres conventos destinados a la corrección de mujeres. Dos de ellos están en la población antigua, uno en la ampliación del Norte, que es la zona predilecta de los nuevos institutos religiosos y de las comunidades expulsadas del centro por la incautación revolucionaria de sus históricas casas.
Igualmente, en la tierra de los gigantes, cuando ocurran choques sociales, el rico no guarda con sus brazos la propia riqueza, puesta en peligro por la envidia revolucionaria de los pobres, sino que paga á otros pobres vestidos con un uniforme para que repelan y maten á sus compañeros de miseria. Gillespie, desconcertado por esta lógica, quedó silencioso por algunos momentos.
Había que cambiar de forma de Gobierno cada poco tiempo, y cuando estaba en república, ¡le parecía la monarquía tan seductora...! Al salir de su casa aquella tarde, iba pensando en esto. Su mujer le estaba gustando más, mucho más que aquella situación revolucionaria que había implantado, pisoteando los derechos de dos matrimonios.
Hay, finalmente, una parodia de junta revolucionaria, y milicia ciudadana, y clubs y manifiestos electorales. Yo no sé si en otras partes será todo esto muy serio; pero en Coteruco, pueblo de 300 vecinos, se convierte por sí mismo en caricatura. El abandono del trabajo, la taberna perpetua, los palos y asonadas, son la consecuencia primera y forzosa de tal delirio.
Tan cierto es que aquello hubiera podido contener la obra revolucionaria que, como se ha dicho después y repetido muchas veces, la actitud que tomó el Gobierno español por la iniciativa del Ministro Maura contuvo un poco a Martí.
Palabra del Dia
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