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Aquellos hombres de guerra, que traían en sus botas lodo reseco de los más diversos países, eran, según el blasón de Isabel y Fernando, el haz de flechas y el yugo del orbe. Uno que otro meditaba los presagios de decadencia; pero los más curábanse mayormente del color de una pluma o del rumor de las propias espuelas. Otras veces llegábale el turno a los teólogos.

Entapizaba sus muros viejo terciopelo azul, podrido en lo alto por el agua de las goteras y coriáceo, reseco hacia los bordes, como el velludo que se desprende y retuerce sobre las viejas arcas mortuorias. A uno y otro lado se veían sillas de roble incrustadas de marfil, y bargueños, bufetes, contadores, donde el trabajo de la carcoma remedaba los ojos del alcornoque.

Rita era la única mujer que su primo Rafael Arias había amado seriamente: no con una pasión lacrimosa y elegiaca, cosa que no estaba en su carácter, el más antisentimental que entre otros muchos resecó el Levante indígena, sino con un afecto vivo, sincero y constante.

Las orillas están orladas de mimbres en primer término. Por detrás de ellos asoman algunas filas de álamos blancos, cuyas hojas plateadas, heridas por la luz y agitadas por el soplo blando de la brisa, despiden hermosos destellos. La falúa se deslizaba suavemente, aguantando imperturbable los rayos solares. El aire reseco había perdido sus condiciones de sonoridad.

Materia... y pesetas rectificó Juanito Reseco con voz aguda, estridente y cargada de una ironía que Orgaz padre no podía comprender. Eso es gritó el orador Palma; y siguió brindando por todas las excelencias naturales que él echaba de menos en su miserable cuerpo de anémico incurable.

Venía volada por la calle, y él detrás, detrás. ¡Qué asiduidad! ¡Qué perseverancia! ¡Ay! Déjenme ustedes que repose y tome aliento. Aquella criatura facunda y versátil, especie de andrógino reseco y sin incentivo, vivía en la Rúa Ruera, y se llamaba Felicita Quemada.

Y se vertieron y rompieron algunas copas. Propongo gritó Juanito Reseco, encaramado en una silla que en vista de ese rasgo de genio... se le permita llamarnos de y estar a la recíproca. ¡Admitido! ¡Aprobado! Pues bien prosiguió Juanito ; oh , Pompeyo, pomposo Pompeyo; voy a darte un disgusto. piensas que en Vetusta no hay más ateos que ... ¡Caballerito!