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El obrero les invitó a pasar a su habitación, y una vez dentro, les manifestó en confianza que también él y su mujer sabían la desgracia de aquellos pobres niños, y que habían querida intervenir para remediarla, pero inútilmente; la madre era una mujer viciosa, oficiala de sastre, amancebada tiempo hacía con un albañil, y que había tenido aquellos niños con un primer marido o querido, que esto no lo sabían; dioles algunos otros pormenores, que indignaron extremadamente a Miguel.

Villamelón, muy contrito de su falta, prometió remediarla al día siguiente, cuando fuese a Chamartín a inspeccionar los períodos de la incubación artificial, que ocupaba en aquella época toda su atención y todo su tiempo. Diógenes, al saber las nuevas aficiones del ilustre prócer, había dicho: No hay que extrañarse... Está clueco.

Cualquier cosa que os suceda, la remediaré yo, y si no puedo remediarla, procuraré satisfaceros lo mejor posible. ¡Ah! ¡señor! ¡Dios se lo pague á vuestra señoría! ¿Para cuándo ha citado doña Ana de Acuña al duque de Lerma? Al duque de Lerma, no dijo en una suave advertencia el cocinero.

Calló un momento y prosiguió con dulce risa, como quien de súbito tiene una idea que le agrada: Esta injusticia quiero remediarla yo; pero necesito antes que me proclames y me jures por tu reina. mi súbdito fiel. Sométeteme. Júrame por tu reina y tu reina te premiará. Júrame. Don Paco se sometió sin más resistencia. Se hincó de rodillas a los pies de ella y exclamó entusiasmado: ¡Te juro!

Acogidas estas expresiones con absoluta incredulidad, y no sabiendo el lisiado qué oponer a ellas, pues toda su oratoria se le había consumido en el primer discurso, tomó la palabra el viejo Silverio, y dijo que ellos no se habían caído de ningún nido, y que bien a la vista estaba que la señora no era lo que parecía, sino una dama disfrazada que, con trazas y pingajos de mendiga de punto, se iba por aquellos sitios para desaminar la verdadera pobreza y remediarla.

Lamentábase entonces de su imprudente apatía, y prometiéndose remediarla, confesábase allá en el fondo de su corazón Que propio del cobarde es Llorar la ocasión perdida. No la juzgaba él, sin embargo, pasada del todo, puesto que tenía en su poder las cartas de Garibaldi que explicaban su conducta y garantían su persona.