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Actualizado: 29 de junio de 2025


Convencido de que su triste situación no tenía remedio, se había sumido en ella con una calma fatalista. El embrutecimiento del continuo trabajo borraba todos sus conatos de rebeldía. Después de haber sido arrastrado y maltratado por las máquinas voladoras, ya no despreciaba á los pigmeos y tenía por menos vil la esclavitud á que le habían sometido.

Don Andrés, el consejero, se mostraba triunfante al comentar aquel cambio. ¿Qué había dicho él, siempre que doña Bernarda, en las íntimas confidencias de aquella amistad que casi tomaba el carácter de una pasión senil, tranquila y respetuosa, se quejaba de la rebeldía del muchacho? Aquello pasaría: era un capricho de la edad; había que dar a la juventud lo suyo.

Al fin era un joven guapo y de buena casa. En su cinismo de viejo acostumbrado a las fáciles conquistas del arrabal, guiñaba sus ojos maliciosamente, creyendo que Rafael había conseguido un triunfo completo en la casa azul. Sólo así podía explicarse su asiduidad en las visitas, la mansa rebeldía a la autoridad maternal.

Pues sucede, y la conciencia social no se estremece; y la vida sigue su curso, y mi querido cofrade, el virtuoso D. Amaranto, no sintió en su alma un latigazo de rebeldía. Porque el Sr. Peláez es, ante todo, un hombre de orden. La señora de Peláez ha sido una bella mujer: tenía unos lindos ojos negros, un seno matronil y unos dientes blancos, iguales.

La agitación de la rebeldía, el apasionamiento de la venganza, el egoísmo de mejorar su suerte, parecían igualarlos a todos, con una semejanza de familia.

En apoyo de nuestra creencia, citaremos las palabras de Gonzalo Pizarro cuando, prisionero de Gasca, lo reconvino éste por su rebeldía e ingratitud para con el rey, que tanto había distinguido y honrado a don Francisco: La merced que su majestad hizo a mi hermano fué solamente el título y nombre de marqués, sin darle estado alguno, y si no díganme cuál es.

Iba de un lado a otro como un Asheverus de la rebeldía, incapaz de hacer daño por mismo, odiando la violencia, pero predicándola a los de abajo como único medio de salvación. Fermín recordaba su última aventura. Estaba él en Londres cuando leyó la prisión y la sentencia de Salvatierra.

Al menor intento de rebeldía estos hilos amenazadores podían animarse y retorcerse, haciendo presa en el coloso. Por las inmediaciones de la escollera iban y venían en incesante navegación dos buques de la escuadra, interponiéndose entre el prisionero y el mar libre. El profesor tuvo que retirarse sin poder hablar á su antiguo protegido.

Y el recuerdo del pobre Maestrico casi les dos reales; sino dos reales y medio, y atribuían este aumento a su sumisión y disciplina. «Siendo buenos, sacaréis más que a las malas», les habían dicho. Y ellos lo repetían, pensando con desprecio en los malvados alborotadores que intentaban arrastrarlos a la rebeldía.

Les bastaba con saber que aquella vida de paz y de miserable sumisión en que habían estado hasta entonces no era inmutable, que ellos tenían derecho a más, y los humanos deben rebelarse ante la injusticia y la imposición. Don Antolín, que conocía bien el rebaño confiado a su custodia, no tardó en percatarse del trastorno moral. Adivinaba en derredor de su persona la hostilidad y la rebeldía.

Palabra del Dia

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