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Ya no consulta libremente el oráculo de la naturaleza, sino las aficiones de un público tornadizo o el gusto de algún crítico irascible, pedante y ramplón. Por fortuna, de tales plagas, que abundan en Francia y en otras naciones, nos vemos libres los escritores españoles.

Y sostenida por el pernicioso ejemplo de aquellas mujeres a las que tanto había censurado, miró a su antiguo dependiente con ojos en que se revelaba un impudor razonado y tranquilo. Al fin pensaba ella para consolarse , el señor Cuadros, aunque ramplón y vulgarote, era un hombre aceptable, y no tenía que resignarse ella, como otras mujeres, a buscar la protección de un valetudinario repugnante.

Adopté, pues, un temperamento mixto: el cumplido ramplón, las generales del Manual de la joven pudorosa y bien educada, suponiendo que exista... «Me sorprendía la pretensión..., carecía de precedentes..., hasta de merecimientos... El asunto era gravísimo... aun para expuesto de aquel modo, cuanto más para tratado a la ligera... A me iba bien con la vida que traía..., no había pensado en abandonarla tan pronto... y, en fin, que ya se presentaría ocasión más oportuna para hablarle yo del caso, con toda libertad y con mayor franqueza...»

Un hombre de pasiones y de imaginación no puede resignarse con la pobreza o con un pasar ramplón y cotidiano. Hay que ahuyentar al lívido y desarrapado espectro de la necesidad. Hay que buscar la llave mágica que abre los tesoros de la vida: la espada bruja que decapite al dragón de la miseria. Y este talismán impreciado es el oro.

En este tiempo vino a don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego venía otra de un tío mío llamado Alonso Ramplón, hombre allegado a toda virtud y muy conocido en Segovia por lo que era allegado a la justicia, pues cuantas allí se habían hecho de cuatro años a esta parte han pasado por sus manos. Verdugo era, si va a decir la verdad; pero un águila en el oficio.

De no morirse, le habrían nombrado académico. Le habrían obligado a hacer estatuas de filántropos repugnantes, de generales a caballo, de políticos de levita. Hubiera tenido que modelar, con todo su parecido vulgar y ramplón, la cara del hijo ilustre de cada ciudad, que, generalmente, es el cacique de la misma.

Pero volvamos a las cosas que el dicho de mi tío hacía, ofendido con la carta que decía en esta forma: «Señor Alonso Ramplón: tras haberme Dios hecho tan señaladas mercedes como quitarme de delante a mi buen padre y tener a mi madre en Toledo, donde, por lo menos que hará humo, no me faltaba sino ver hacer en V. Md. lo que en otros hace.

Después pidió a Luz que le besara a él; y Luz, buscando lo más despejado de barbas en la mejilla más cercana a su boca, besó allí una, dos y hasta tres veces, y hasta mil hubiera besado sin satisfacer todavía el deseo del cortesano Guzmán, que más que de ello tenía entonces, por su cara dulzona y zarandeando la niña en el aire, de padrazo ramplón del vulgo pedestre.