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Cuando mi padre volvía, y contaba á mi madre los peligros que había arrostrado, mi madre le escuchaba sonriendo; cuando mi padre se despedía para una nueva campaña, le abrazaba sonriendo también; cuando nos quedábamos solas, mi madre se me mostraba alegre, tranquila. No quería ennegrecer mi alma de niña con su tristeza.

Yo contaba dieciocho años y Bettina nueve; quedábamos solas en el mundo, con fuertes deudas y un gran pleito.

Quedábamos al fin de nuestro artículo anterior en el calavera temerón. Verdad es que es muy esencial, y más importante de lo que parece: el uniforme ya es la mitad. Es decir, que el paisano necesita hacer dobles esfuerzos para darse a conocer; es una casa pública sin muestra; es preciso saber que existe para entrar en ella.

Las dos nos quedábamos muertas de miedo siempre que le veíamos entrar. No nos hablaba nunca, y de noche, después de acostarnos, le sentíamos dando unas patadas. ¿Y por qué la mandó á casa de esas señoras? Vea usted, yo le voy á decir la verdad porque es de la casa. Había un melitarito que se metió un día en casa, porque vino acompañando al amo, que fué herío en la calle.

En el Real suelo ir al palco de las de Gamboa, y pienso que se le ha metido en la cabeza que me gusta Rosaura.... ¡Mira qué tontería! ¡Rosaura!... Pero hace lo menos un mes que no subo a saludarlas ... y lo mismo; ¡lo mismo, chico, lo mismo!... El otro día la pude pillar sola en el gabinete unos momentos, y de prisa y corriendo le he dicho que deseaba saber en qué quedábamos.

Volviendo, pues, adonde quedábamos, cumple manifestar que Ricardo llegó muy presto al portal de la casa de Elorza, que era espacioso y obscuro. De la gran puerta sólida y ennegrecida por el tiempo y el uso pendía una cadena de bronce con la cual se llamaba. Entrábase inmediatamente en un patio bastante amplio con fuente en el medio.

Nos quedábamos de sobremesa doña Hortensia, Dolorcitas y yo. Dolorcitas y yo jugábamos como chicos, recorríamos la casa, subíamos a la azotea, íbamos al miramar. La señora Presentación, una vieja muy graciosa y gesticuladora, a quien yo no entendía nada de cuanto hablaba, solía venir a avisar a la señorita Dolores, que alguna de sus amigas acababa de llegar.

Yo me acordaba de él y de cuando venía a casa; como que al verle entrar nos quedábamos todos turulatos y nos parecía que entraba por esa puerta la Divina Majestad... Pues como te digo, dejó de venir. En aquel tiempo conocí a Fenelón; fue mi novio y me pidió. Mamá tenía todavía ilusiones; papá se había curado de ellas.