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Era una tierna doncella á quien el sermón predicado por el Reverendo Sr. Dimmesdale, el día después de la noche pasada en vela en el tablado, había hecho trocar los goces transitorios del mundo por la esperanza celestial que iría ganando brillantez á medida que las sombras de la existencia se fueran aumentando, y que finalmente convertiría las tinieblas postreras en oleadas de luz gloriosa.

El movimiento insurreccional cuyas postreras vibraciones estremecen todavía las montañas orientales, ha sido un brote racista, una protesta armada de los negros contra los blancos, de los antiguos siervos contra los antiguos señores.

En las postreras horas del crepúsculo, cuando respira todo paz y calma, y la tristeza reina en el ambiente oloroso a sampagas...; ese momento hermoso del sol que se desmaya, ocultando sus últimos fulgores en las cumbres lejanas, para dar paso a la plateada luna que en luces se desata; cuando pára el acento de las corrientes mansas, y de las ramas dormidas descansan sosegadas las mayas que anhelantes sólo sueñan en la pronta alborada para lanzar de nuevo por los aires la voz de su garganta; cuando parece que la gente toda el calor del hogar busca en sus casas, gusta en estas horas de quietud solemne mi fantasía alada de remontarse hasta el azul del cielo a regiones soñadas donde no existen viles opresores, ni pasiones funestas y malvadas.

15 Y las cosas de Roboam, primeras y postreras, ¿no están escritas en los libros de Semeías profeta y de Iddo vidente, en la cuenta de los linajes? Y entre Roboam y Jeroboam hubo perpetua guerra. 16 Y durmió Roboam con sus padres, y fue sepultado en la ciudad de David; y reinó en su lugar Abías su hijo. 1 A los dieciocho años del rey Jeroboam, reinó Abías sobre Judá.

Óigalas usted: He mentido, para morir... Yo no podía... Gracias... Perdón... Esas fueron, sus postreras palabras. Yo quise morir con ella. Tenía en la mano el arma, y la volví contra mismo; pero alguien me apretó en ese momento el brazo como con una tenaza. Alejandra estaba delante de : ¡ tienes que vivir! ¡Debes vivir! ¡Debes salvarte! ¡Déjame hacer!... Yo no comprendía.

De cuando en cuando el soplo de las ráfagas otoñales desprendía una de las postreras hojas de vid, que caía arrugada y amarillenta sobre la mesa de granito, entre los dos amantes, produciendo un ruidito seco. ¡Pin! En los oídos de Baltasar resonaba la voz de doña Dolores, exclamando: «¿Chico, no sabes que las de García... ¡pásmate!, ganan el pleito en el Supremo?

El período de tiempo, que separa estas postreras comedias de Cervantes de las anteriores, coincide justamente con la época más importante de la historia del teatro, esto es, con aquélla en que se desarrollaron y predominaron en la escena española nuevas formas del drama, originales y vigorosamente caracterizadas, que desde entonces y por espacio de medio siglo constituyeron el drama nacional.