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Antoñona tendría cuarenta años, y era dura en el trabajo, briosa y más forzuda que muchos cavadores. Con frecuencia levantaba poco menos que a pulso una corambre con tres arrobas y media de aceite o de vino y la plantaba sobre el lomo de un mulo, o bien cargaba con un costal de trigo y lo subía al alto desván, donde estaba el granero.

En tan largo lapso de tiempo, Valeria estuvo muchas veces a punto de renunciar a su tremendo sacrificio: en más de una ocasión le faltó poco para volver a la aldea, exigir que le devolviesen los niños y escudriñarles el cuerpo para distinguirlos, hasta recobrar la certeza de cuál era el ajeno y cuál el suyo. Su vida fue un martirio insoportable; mas lo padeció sin arrepentirse de lo hecho.

Pero Amalia, implacable, le puso poco después en un conflicto preguntándole en voz alta con sonrisa maliciosa: ¿Quién le ha dado a usted ese clavel tan lindo, Fernanda? No, yo no se apresuró a responder ésta. Y el conde, otra vez turbado y rojo, volvió en voz alta a la explicación que acababa de dar en secreto.

Y en este desabridísimo noviazgo pasaron algunos meses, al cabo de los cuales Baldomero se soltó y despabiló algo. Su boca se fue desellando poquito a poco hasta que rompió, como un erizo de castaña que madura y se abre, dejando ver el sazonado fruto.

La marquesa sacó un gran pliego y comenzó a leer esforzando la voz un poco: Presidenta: excelentísima señora marquesa, viuda de Villasis.

Mi padre murió, mi madre murió también poco después, y yo, gracias al profesor, conseguí que no me dedicasen á los trabajos forzosos, como tantos otros desdichados de mi sexo. No quise ser una máquina de músculos, pero tampoco me plegué á lo que exigía de el nuevo régimen para convertirme más adelante en la esposa masculina de cualquiera de las mujeres triunfadoras.

Oponiéndose a cuantas ofertas de ayudarlo se le hicieron, comenzó a llenar la tumba, dando la espalda al gentío, que, después de algunos momentos de indecisión, se retiró poco a poco.

He observado que el amor a las letras, que es en tan vivo y constante, como lo fué siempre en este pobre viejo, suele quitar a las gentes el sentido práctico. Los literatos no entienden sino de libros, de su arte, y no sirven para otra cosa. Déjate un poco de versos y libros, y aplícate al trabajo. Serás más feliz que yo. Don Román me abrazaba, y me acariciaba la frente apesarado y conmovido.

La raza, el idioma, la religión, las costumbres... Convengo en que todo esto es un poco vago y un poco confuso; pero, ¿y la cerrajería?

La raya chapucea en el fango y el lenguado en los fondos arenosos, el coto se encarama sobre los bajo-fondos, la morena se place encima de las rocas, y la pértiga sobre los arenales, la ballesta en el agua poco profunda sobre un lecho de madréporas.