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Como se ve, Goethe no era un creyente, si por creyente entendemos el que cree en religión determinada; pero distaba mucho de ser un escéptico. Nos inclinamos a afirmar que era optimista, como casi todos los grandes pensadores alemanes, desde Leibnitz hasta que aparecen Schopenhauer y Hartmann.

Ignoro, y no pretendo investigar aquí, de qué doctrinas filosóficas, religiosas o irreligiosas, sociales y políticas, expuestas en prosa por pensadores extranjeros, o de qué exaltadas composiciones poéticas, venidas de otros países, proceden el sentir y el pensar de don Eduardo Marquina. Claro está que no tiene principio en él el impulso que le mueve.

Bonis no se lo explicaba; porque aunque filósofo como él solo, amigo de reflexionar despacio y por sus pasos contados, sobre todos los sucesos de la vida, importáranle o no, era de esos pensadores que tanto abundan, que no hacen más que dar vueltas a ideas conocidas, alambicándolas; pero no descubría, no penetraba en regiones nuevas, y, en suma, en punto a sagacidad para encontrar el por qué de fenómenos naturales o sociológicos, era tan romo como tantos y tantos filósofos célebres que, en resumidas cuentas, no han venido a sonsacarle a la realidad burlona ninguno de sus utilísimos secretos.

Aquellas novelas también estuvieron de moda, también entusiasmaron a un público ilustradísimo, donde figuraban filósofos, ilustres pensadores y egregios personajes del gran siglo de Luis XIV, y sin embargo, pasaron de moda. No es de maravillar, por consiguiente, que pasen también de moda las novelas del día.

Los hombres muy pensadores y ensimismados corren gran riesgo de caer en manías sabias, en ilusiones sublimes; que la mísera humanidad, por mas que se cubra con diferentes formas segun las varias situaciones de la vida, lleva siempre consigo su patrimonio de flaqueza.

En Italia, los sabios habían sabido resucitar el mundo griego con sus pensadores y artistas; en la brumosa Alemania los magos de la verdad habían descubierto la maravilla de hacer grabar el metal y la madera; los libros se imprimían, y el dominio infinito de las ciencias se abría así á las masas del pueblo, condenadas en otro tiempo á la obscuridad de la ignorancia; en fin, los navegantes genoveses, venecianos, españoles y portugueses habían hecho surgir, como un segundo planeta unido al nuestro, un continente nuevo con sus plantas, sus animales, sus pueblos y sus dioses.

En vano buscaríamos en Agustín Álvarez esa unidad, esa consecuencia espiritual, que tienen a menudo otros escritores y pensadores, entre su juventud y la plena madurez. No existió en él. La vida lo obligó como a tantos otros a seguir orientaciones, que acaso no fueran las predilectas a su temperamento, y así lo vemos cambiar a menudo de rumbos.

Esta explicacion no debe confundirse con la teoría del interés privado; teoría rechazada por la religion, por los sentimientos del corazon, y combatida por los pensadores mas profundos; aquí, al hablar de fin se trata de un fin último, superior á lo que suele entenderse por la expresion: interés privado.

Yo entiendo á esta canalla. ¿Y qué había de suceder? ¿España podrá estar mucho tiempo en manos de una gavilla de pensadores desesperados? Si esto durara, yo dudaría de la Providencia, que arregla á las naciones como da aliento á los individuos, España está sin Rey, que es estar sin gloria, sin vida y sin honor. ¿Había, por ventura, Constitución cuando España fué el primer país del mundo?

El Club del Progreso ha sido la pepinera de muchos hombres públicos que han estudiado en sus salones el derecho constitucional; literatura fácil que se aprende sin libros, trasnochando sobre una mesa de ajedrez; ¡y a , no por qué, se me ocurre que algunos de los retratos de los hombres de Mayo que presencian aquel grupo de pensadores, hacen una mueca cada vez que un pollo acompaña un discurso sobre la libertad del sufragio con un golpe que asienta sobre el damero una reina jaqueada por la chusma de los peones sobrevivientes!