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Actualizado: 10 de junio de 2025
A este tiempo se reconoció ya que los agresores eran ingleses, con que viniendo ellos á nuestra capitana, se les hizo demostración del pasaporte de la reina Ana que traía, y dejaron pasar libres las naves.
Con todo, Westminster ha dado asilo a notabilidades de muy dudosa ortografía, muchas de las cuales han pagado mas bien que merecido el pasaporte para descansar en algunas de las gloriosas tumbas de la venerable catedral de los muertos y de los reyes, poblada de estatuas, bustos y obras soberbias de escultura.
Tiburcio de Simahonda, Tomás Cardoso y cuarenta aventureros portugueses, que sobrevivieron a la batalla, acompañaron a Morsamor, y cargados de presentes y riquezas se separaron de Babur y de sus mongoles. Babur dio a Miguel de Zuheros una áurea lámina, como la que Kubilai-Kan había dado a Marco Polo, para que le sirviese de salvoconducto o pasaporte por donde quiera que fuese.
En suma, no había ya remedio; era menester borrar aquella mancha, pero sin rasgar la tela; era menester dar a Arturito su pasaporte, pero en forma de cucurucho repleto de delicadísimos confites. Llegó por fin el día prefijado por Rafaela para tomar la cruel resolución, inevitable ya según su atormentada conciencia, de decir al pobre Arturito: hasta aquí llegó, no sigamos adelante.
En respetando al rey y a Dios, respeto que consistía más bien en no acordarse de ambas majestades que en otra cosa, podía usted vivir seguro sin carta de seguridad, y viajar sin pasaporte.
De repente, una voz imperiosa me dijo: «Vuestro pasaporte!» Desperté, y disimulando mi indignacion me dije por primera vez: «Ah! estamos en Francia; comencemos á ser sumisos.» Presentamos los pasaportes, dimos nuestros nombres y pronombres, firmando para que comparasen los caracteres; y despues de sufrir durante cinco minutos las miradas escrutadoras de los cancerberos, la misma voz imperiosa nos dijo: «Pasad!»
¡Voto va! ya ha marchado entra gritando un original cuyos bolsillos vienen llenos de salchichón para el camino, de frasquetes ensogados, de petacas, de gorros de dormir, de pañuelos, de chismes de encender... ¡Ah, ah! éste es un verdadero viajero: su mujer le acosa a preguntas: ¿Se ha olvidado el pastel? No, aquí lo traigo. ¿Tabaco? No, aquí está. ¿El gorro? En este bolsillo. ¿El pasaporte?
Las estaciones de las líneas férreas que arrancan de Milan, son pobres y están mal hechas: al subir á los carruajes es necesario enseñar el pasaporte que piden en el camino diez ó doce veces dentro de los mismos vagones, segun se va marchando.
Eran raros porque se acostumbraba á matarlos. Teníase por pecado dejarles la vida, «pues estaban clasificados entre los monstruos». Así se expresan las antiguas narraciones. Todo cuanto se alejaba de las formas conocidas de la animalidad, y cuanto por el contrario se aproximaba á las del hombre, era reputado monstruo y se le daba pasaporte para el otro mundo.
Palabra del Dia
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