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Me hiciéron la operacion susodicha con suma felicidad, y he sido músico de la capilla de la señora princesa de Palestrina. ¡De mi madre! exclamé. ¡De su madre de vm.! exclamó él llorando. ¡Con que es vm. aquella princesita que crié yo hasta que tuvo seis años, y daba nuestras de ser tan hermosa como es vm.! Esa misma soy, y mi madre está quatrocientos pasos de aquí, hecha tajadas, baxo un montón de cadáveres...... Contéle entónces quanto me habia sucedido, y el también me dio cuenta de sus aventuras, y me dixo que era ministro plenipotenciario de una potencia cristiana cerca del rey de Marruecos, para firmar un tratado con este monarca, en virtud del qual se le subministraban navíos, cañones y pólvora, para ayudarle á exterminar el comercio de los demas cristianos.

Ahí Victoria... ¿Lo conoce usted? Otro de la misma época. Los contemporáneos envidiosos le llamaban «el mono de Palestrina», tomando todas sus obras por imitaciones, después de su larga estancia en Roma; pero crea usted que en vez de plagiar al italiano tal vez lo superó.

Este himno se canta en el Vaticano, con música de Palestrina, por un coro numerosísimo, sobre la tumba de San Pedro, bajo la cúpula de Miguel Ángel. Dice la última estrofa: O felix Roma, quae tantorum Principum Es purpurata pretioso sanguine: Non laude tua, sed ipsorum meritis Excedis omnem mundi pulchritudinem.

No siempre he tenido yo los ojos lagañosos y ribeteados de escarlata; no siempre se ha tocado mi barba con mis narices, ni he sido siempre criada de servicio. Soy hija del papa Urbano X y la princesa de Palestrina.

Mejor es que duerman. ¡Para oír lo que se canta en este coro! Ahí está Cristóbal Morales, que hace tres siglos fue maestro de capilla en esta catedral y veinte años antes que Palestrina comenzó la reforma de la música. En Roma compartió la gloria con el famoso maestro. Su retrato está en el Vaticano, y sus Lamentaciones, sus motetes, su Magnificat, duermen aquí olvidados hace siglos.

En España, estábamos saturados, desde los tiempos de Palestrina, de género italiano, y la música alemana y la francesa no llegaron a nosotros. Fuimos primeramente fuguistas y contrapuntistas, y después del Stabat mater de Rossini, nos dimos tal atracón de melodía teatral, que no nos han quedado ganas de gustar un nuevo plato.

Este arraez era un negro abominable, que creía que me honraba con sus caricias. Sin duda la princesa de Palestrina y yo debíamos de ser muy robustas, quando resistímos á todo quanto pasámos hasta llegar á Marruecos. Pero vernos adelante, que son cosas tan comunes que no merecen mentarse siquiera.