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Actualizado: 20 de junio de 2025


Acaso sea necesario referir á esta categoría de síntomas la sensacion de frio en el estómago, mientras que la ansiedad, la opresion, la angustia, el pulso pequeño y contraido, aunque debidos á intoxicaciones, pertenecen á la accion dinámica del acónito por sus congestiones y su accion sobre el corazon.

Acordábase del furor inquebrantable y frío de aquella mujercita, que hablaba tranquilamente de la suprema venganza de los caídos, del desquite de largos siglos de opresión.

En los primeros momentos de una afeccion del corazon manifestada con tales síntomas, hay menos alteraciones generales y palpitaciones tumultuosas; estas se presentan por accesos con opresion; el pulso, en fin, no se acelera ni con el menor movimiento, ni por la mas ligera causa escitante.

El carácter errático de sus dolores le hace análogo á pulsatila, pero se distingue por las palpitaciones, por la irregularidad de los movimientos del corazon sobre el cual obra especialmente, y porque produce en él dolores dislacerantes, y hay opresion y ansiedad muy frecuentes.

Los síntomas mas graves del acónito son: grande ansiedad, angustia, inmovilidad, mas bien que postracion ó adinamia; accesos de desvanecimiento, con opresion momentánea de las fuerzas, con atontamiento y fijeza de la mirada, cara pálida y aun hipocrática, ojos hundidos, ó bien cara azulada, inyectada, sudor viscoso, petequias: estos síntomas, repetimos, pueden indicarle si existen con un estado erético; sin predominio de los fenómenos nerviosos ó atáxicos, que la fiebre no haya tenido ni tenga irregularidad estraordinaria en su marcha, y que los fenómenos locales ó especiales hayan conservado la relacion de subordinacion con el estado del sistema circulatorio.

Apretaba la frente contra los pies del Redentor, respirando ansiosamente y con cierta opresión, y sentía latir en sus sienes la sangre con singular violencia, mientras el dorado y sutil vello de su nuca se levantaba de un modo imperceptible a impulso de la emoción que la embargaba. De vez en cuando sus labios, pálidos y trémulos, decían en voz baja: ¡Sigue, sigue!

Todo aquel día, había estado doña Paula en su lecho, quejándose de una fuerte opresión en el lado izquierdo, que le dificultaba mucho el respirar. No le gustaba llamar al médico, por esa antipatía invencible y aun terror que tiene la plebe a la ciencia.

De vez en cuando, a ras de la líquida superficie, surgía una mancha negra; las crestas de los cañaverales inundados; las copas de los árboles; vegetaciones extrañas y monstruosas que parecían enroscarse en la sombra. El silencio era absoluto. El río, libre de la opresión de la ciudad, no mugía ya; se agitaba y arremolinaba en silencio, borrando todos los vestigios de la tierra.

Porque ¿cómo han de amar los oprimidos la causa de su opresion? ¿Cómo han de creer las gentes que por el camino de las maldades se puede ir derechamente al del bien? ¿Cómo han de dar crédito á la verdad si se presenta á sus ojos con todas las apariencias de la mentira?

Se levantó, y después de dar dos o tres paseos, volvió a sentarse junto a la mesa donde estaba la luz, porque había sentido una opresión molestísima. Las pulsaciones, que un instante cesaron, volvieron con fuerza abrumadora, acompañadas de un sentimiento de plenitud torácica. «¡Qué mal estoy ahora!... pero esto pasará, y me dormiré. Esta noche voy a dormir muy bien... Ya va pasando la opresión.

Palabra del Dia

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