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Actualizado: 7 de julio de 2025
En seguida, punto por punto, minuciosamente, sin omitir detalle, le refirió cuanto había tramado y hecho con propósito de atraerle, desde que en la fonda de Santurroriaga se quedó pensativa como reina destronada que medita reconquistar lo perdido, hasta el instante en que, sintiéndole subir la escalera, colocó sobre el sofá aquellos trajes con que se había engalanado.
Y no es de omitir el numeroso contingente del país de Gales, bajo la bandera escarlata de Merlín. Allí también el anciano duque de Armagnac con su sobrino el señor de Albret, los de Esparre, Breteuil y tantos más. Al cuarto día todo el ejército quedó acampado en el valle de Pamplona y el príncipe inglés convocó á sus jefes á consejo en el palacio real de la antigua capital de Navarra.
En la definicion ¿podríamos omitir la palabra línea? Como aquí ya hemos advertido que solo tratamos de líneas, se daria por sobrentendida; pero en rigor no, porque al decir curva, podríase dudar si hablamos de superficies. Y expresando línea, podriamos omitir curva?
Me contó la historia de su aprisionamiento sin omitir ningún detalle, salvo como es de suponer, los que sólo la joven y yo debíamos conocer. La aventura me fué muy pronto confirmada por el doctor, en seguida por la señora de Laroque en persona, que vinieron sucesivamente á visitarme, y tuve la satisfacción de comprender que no se tenía sospecha alguna de la verdad.
Sin omitir una palabra ni un detalle sin suprimir un sólo incidente, logró cubrir con poético velo aquel prosaico episodio, hizo lo posible para rodear a la heroína de conmovedora atmósfera, que, aunque no del todo falsa, dejaba entrever, no obstante, el genio que diez años antes hacía a la vez interesantes e instructivas las columnas de El Alud de Fiddletown.
Primero, pagando tintas al doncel de los sabañones, y después a un vecino pingarronesco, Benigno averiguó cuanto a su amo interesaba, sin omitir los amores de don Quintín con Carola, trapicheo que sólo doña Frasquita ignoraba en el barrio: criadas, vecinos, porteros y parroquianos, todos sabían que el estanquero tenía, como ellos decían, un apaño.
Pepe puso a su amigo al corriente de todo, explicándole cómo Tirso había logrado que doña Manuela y Leocadia fueran a misa, que recitaran con él las oraciones a la hora de comer, la compra del devocionario y el hallazgo del librito, sin omitir el piadoso espíritu que avaloraba sus páginas, y terminó preguntando con acento irritado: ¿Qué te parece?
D. Juan de Orozco y Covarrubias en su libro de los emblemas morales hace una explicacion de esta divisa, que aunque diferente de lo que hacen otros, no la debemos omitir.
Con arreglo al testimonio de un viajero muy instruído , confirmado por nuestra propia experiencia, españoles sin instrucción alguna, siguen los complicados hilos del desarrollo de un drama en los teatros, con tal atención, que les basta oirlo una sola vez para hallarse en estado de contar en seguida todo su argumento, sin omitir circunstancia alguna esencial, mientras que extranjeros instruídos, y que dominan completamente el idioma, no pueden ni comprender siquiera el conjunto de la acción de tales comedias, si sólo asisten una vez al teatro para verlas.
¡A Juan que, suponiéndola apenada, no bien acabó con cuanta prisa pudo su empeño en el pueblo de los indios volvió a la ciudad, y de allí, aprovechando la noche por sorprender a Lucía con la luz de la mañana, emprendió sin descansar el camino de la finca a caballo y de prisa! ¡A Juan, que con amores muy altos en el alma, consentía, por aquella piedad suya que era la mayor parte de su amor, en atar sus águilas al cabello de aquella criatura, no tanto por lo que la amaba él, sin que por eso dejase de amarla, sino por lo que lo amaba ella! ¡A Juan que, puestos en las nubes del cielo y en los sacrificios de la tierra sus mejores cariños, no dejaba, sin embargo, por aquella excelente condición suya, de hacer, pensar u omitir cosa con que él pudiera creer que sería agradable a su prima Lucía, aunque no tuviese él placer en ella! ¡A Juan que, joven como era, sentía, por cierto anuncio del dolor que más parece recuerdo de él, como si fuera ya persona muy trabajada y vivida, quienes a las mujeres, sobre todo en la juventud, parecían encantadores enfermos! ¡A Juan, que se sentía crecer bajo del pecho, a pesar de lo mozo de sus años, unas como barbas blancas muy crecidas, y aquellos cariños pacíficos y paternales que son los únicos que a las barbas blancas convienen! ¡A Juan, que tenía de su virtud idea tan exaltada como la mujer más pudorosa, y entendía que eran tan graves como las culpas groseras los adulterios del pensamiento!
Palabra del Dia
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